Uno piensa en un espacio con límites susceptibles de alcanzar y dominar. Uno reflexiona con el pecho contraído por la angustia de sentirse inmenso y pertinaz.
Después, distendida la ansiedad y aplacado el miedo, uno piensa en un espacio sideral que puede ser en realidad una ilusión, aunque en el fondo se intente resistir a semejante apreciación.
Uno acaricia la idea del infinito tal como si se tuviese en las manos una joya exageradamente costosa, la joya más extravagante y lujosa del universo.
Uno sabe con certeza que no puede tenerla, a menos que piense en esto por más de cinco segundos; excedido el límite, operará el crimen en la mente; implicaría esto contemplar, entre otras cosas, la idea de escapar con ella en un bolsillo, llegar a un escondite inundado de silencio y de oscuridad, y tras breves minutos en los cuales se intenta recuperar el aliento, llorar profusamente mientras se sostiene el tesoro en una mano, y en su caprichoso y único esplendor, en su brillo estelar, se descubriría lo que en apariencia se ha robado a la historia, a los hombres y a la vida. Tal hazaña significaría el fin de una vida de imperfecciones y carencias.
Con el infinito centelleando en una mano común y corriente, ni siquiera impecable para tal ocasión, el tiempo se desvanecería como una ciudad de arena bajo la lluvia. Los ojos se cristalizarían y la presencia física dejaría de estorbar y requerir conciencia o esfuerzo alguno. Uno presenciaría una inversión total del propósito original de la existencia humana; no como un milagro sino como un error cósmico Algo así como la paulatina ocupación de la conciencia de uno por la nada. Pero ¿Qué puede ocupar la nada? Anulado el pensamiento, no habría, por tanto, límites: pero tampoco habría infinito ante la conciencia ausente ¿De dónde saldría entonces el opuesto, lo finito?
Un inesperado ruido, que resulta ser familiar y prosaico, podría darle a uno la respuesta; imposible ser más veloz que el infinito. Robar un pensamiento tan vago—ante la impotencia, seguramente se calificará de vaga e imprecisa la noción de infinidad—no significará absolutamente nada.
No se solucionará la incertidumbre y la improbabilidad de las fantasías; la eventual vaciedad del alma.
Uno piensa en un espacio infinito, acto seguido lo niega. Insoportable resulta la ausencia de límites.
La existencia se hace entonces imposible ante la negación del espacio.
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