Neutralizaré mi mirada a la espera
de nuestro encuentro
y vestiré mi sonrisa más abstracta
para que no sufras con todo lo que siento.
Así tal vez podamos darnos dos besos
y dar una vuelta por tiendas de discos
que huelen a estanterías podridas
y superfícies de ventas.
Viejos melómanos y niños
que juegan al escondite tras mi tristeza
trataran de eclipsar esta tarde
la presencia de la pérdida.
Junto a ellos, algún banco desnudo
agradecerá la sombra de esos árboles
que tanto han crecido desde que los dejamos
y la acera, envidiosa, querrá reflejar
el fuego de mis pisadas,
quemando las pestañas que nacieron
en las hojas de los árboles para verte pasar.

Pero al llegar a casa me maldigo
por haber vuelto a olvidar
que yo no sé neutralizar miradas
ni hacer de mi sonrisa abstracción,
que mis besos siguen siendo
el tercio visible de un iceberg
en el que mi deseo naufragó.
Y que los niños sólo se ríen
de la expresión de vergüenza al mirarte a los ojos
y mi torpeza a la hora de encontrar
otra forma de quererte.

Porque ya no hay bancos
que quieran arroparnos.

Porque ya no crees en las pestañas
que nacieron en mis ojos para verte pasar.