RyC
No corrijo los hechos.
Me encuentro en esa mañana cuando el sol fundó noviembre, luego de una noche tibia de otoño en las islas. Donde una cena se prolongó en contar el espacio de los años anteriores, en las risas de las coincidencias y los lugares donde estábamos cuando habían ocurrido los acontecimientos importantes del mundo, y que hacíamos.
Donde nos mirábamos al juntar la vajilla, descubriéndonos, y luego, buscando la oscuridad, nos seguimos hasta el dormitorio para aumentar las pequeñas caricias y roces que habíamos comenzado como al pasar en la terraza, para besarnos más prolongadamente, ya sin la vestimenta.
Y en esa noche de espejos y sin apuros, y sin sueño, desvelados, con el olor del sexo gobernando, comprobamos el sentido de la posición de los espejos colocados en rectángulos iguales, unos junto a otros, separados ligeramente por una ranura estrechísima, que cubrían toda la habitación.
Desde mi posición, con la cabeza apoyada en la almohada, lograba ver la planta de nuestros pies cruzándose en caricias.
No parecían nuestros.
Creí encontrar entre penumbras un punto en el espacio, al seguir el movimiento de mi mano, - me costó unos minutos lograr la posición -, que aparecía en todos los espejos (un punto en el espacio que contiene todos los puntos), mostrando, ahora si, cada detalle de mis dedos, los nudillos, cada uña, el pulpejo, las líneas de la palma, cada una de las venas que se transparentan azules en el dorso.
Encontramos, asombrados aveces, - saliendo de ensueños pasajeros -, que podíamos vernos de ángulos desde los cuales jamás antes nos habíamos visto, que éramos como extraños, y el tocarnos nos reconocía y definía.
Pero solo así.
Nos descubrimos bellezas y fealdad, nuevos gestos, modos que nos eran familiares pero nunca habíamos tenido en cuenta que fueran nuestros.
Posiciones ridículas para hacer algo, que comenzaríamos a odiar desde ese momento. Imperfecciones que no tendríamos en cuenta a no ser por la imagen reflejada desde un lugar, hasta ahora secreto.
Para lograrlo había que cumplir con el requisito cautivante de la desnudez. La trampa de la oscuridad y los espejos, aparecía luego de despojarse totalmente de la ropa y cerrar un momento los ojos para limpiar imágenes anteriores, inmediatas. Luego sí.
Lo que veían mis ojos (igual que en un Aleph) era simultáneo, coexistente, sincrónico, todo a la vez. Nos veíamos desde todos los puntos del Universo, con solo buscarnos en una combinación de impresiones.
Lo que a duras penas puedo transcribir, sucesivo, cíclico, humano, son imágenes encadenadas por distintos tiempos. El tiempo de las palabras.
Y culmino en la resaca de no encontrarla. Escuchar despedirse desde la puerta muy suavemente, como en un murmullo.
Ella desapareció, su imagen iluminada no se registraría nunca más en mis ojos. Tendría solo la copia de los recuerdos. De esos momentos de mirarnos y hablar, desde cualquier punto dentro de la habitación.
Esa agonía se prolonga y crece al comprobar que en esta mañana, - en la calle plagada de desconocidos -, se habían renovado los diarios antiguos (los de ayer), por los de hoy, con sus nuevas portadas y sus nuevas noticias.
La gente en las mesas de los bares no era la misma.
No eran los mismos los avisos pegados en las carteleras de hierro sobre la acera de la plaza (la placita Militar).
Y este hecho, si lo sufrí, al pensar que todo seguiría cambiando, sin parar, que recién se iniciaba el olvido.
Que este recuerdo se haría antiguo rápidamente. Se haría ilegítimo, ficticio, con la erosión de los días.
Y así ocurrió, no cambio los hechos.
(RyC llamábamos a nuestro refugio en Santa Cruz de Tenerife)
Publicado en el libro "Letras de la Comarca-Antología" Colección de Otoño- Ediciones Del Valle Bajo (Viedma - Provincia de Río Negro - Argentina)
Mayo 2014
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