Hoy le vi pasar, blanco, semitransparente, como una bruma. Entró sin llamar a la puerta, no se detuvo ni a mirarme, cuanto menos a darme una explicación.



Me quedé anonadada, las palabras no salían de mi boca, como yo no salía del asombro. Se dirigió a mi habitación y cogió mi almohada. No se detuvo ante ningún otro objeto, iba decidido, como un ser mecánico. De la misma manera que entró, se ha marchado sin un adiós.



No creía en los fantasmas, pensé que sólo existían en la imaginación de un niño. Estoy tan acostumbrada a ir aprendiendo, que he seguido el ritmo de mi vida con normalidad, sin alterarme. Al llegar la noche, cuando ya me vencía el sueño, eché en falta mi almohada. Dormir sobre el colchón, me ha impedido soñar, y no sé que va a ser de mi vida sin quimeras. Pensarán que unos cuantos euros bien valen una nueva almohada, pero no es eso, sólo podía soñar en una específica, la que se llevaron sin yo haber movido un solo dedo por impedirlo.



Esta tarde, recostada en el sofá sobre un cojín, tuve una pesadilla; rara secuencia que aún no logro entender. Aparecía un hombre con unas cadenas en sus muñecas, y unos labios sellados. Estaba en su casa con una mujer. Por lo visto había sido un hombre solitario y libre. Ahora ya vivía acompañado. Ella tiraba de las cadenas para irle moviendo. ¡Qué cosa más extraña!, pero el caso era que se le veía cara de felicidad, con sus mofletes sonrosados, se sentaba a la mesa cuando ella le servía suculentos platos, y cada noche se acostaba con su deseo saciado.



No vuelvo a echarme la siesta en un sofá, me gustan los sueños originales, y para esta clase de pesadillas, prefiero mantenerme despierta. Me gustan las muñecas sin adornos, las bocas de labios frescos, las palabras, y los hombres con un alto precio, tan alto que no cualquiera les puede comprar.