Sueño tanto contigo... pero solo hablamos, y aún así me gusta. Tu, frente a mí, estás tumbado, me miras( no, me hablas) con los ojos, y no puedo evitar perderme en tu voz, y en tus labios, que los amo, y aunque solo supieran mentirme yo los seguiría amando.
Paras un momento, sonríes, y sigues hablándome, pero no de ti, ni de mí, sino de todo, y a la vez de nada. Te siento tan cercano en esta mínima distancia que nos separa( y que a veces se me hace tan inmensa)... Bajo tus palabras se tumba mi cuerpo, las miro y me siento insignificante, una insignificancia placentera y a la vez perturbadora, como cuando en otros sueños miramos juntos las estrellas, y nos confesamos miedos y dudas, y ambos reconocemos lo pequeño de nuestra existencia, y la importancia de nuestros cuerpos, de nuestras almas, solamente unidas por la magia que esconden esas palabras que compartimos cada noche.
Pero siempre despierto del sueño, ese sueño que es una muerte momentánea, y deseo morir para seguir soñándote, en un descanso eterno, porque la realidad me duele demasiado. Y durante el día callo porque prefiero hablar con el silencio si no puedo darte solo a ti mi voz y mi palabra, y cierro constantemente los ojos para traer tu imagen a mi mente, pero no lo consigo y desespero en mi deseo de que llegue la noche.
Y aunque te vea a mi lado, para mí es mejor observarte en mi imaginación, porque la realidad sólo nos pone obstáculos( solo me pone obstáculos para llegar a ti) y sin embargo, la noche nos une en mi fantasía, y te muestras desnudo ante mí, abres tu mente y tu alma, y me dejas compartir contigo todo lo que piensas, todo lo que sientes, y así conozco cada milímetro de tu ser.
Eres tan distinto en mi realidad y en mi sueño... de día solo soy nada para ti, de noche me haces la dueña de tu mirada, que no tiene fronteras, como la imaginación, y me susurras los versos más hermosos, me eriges la musa de tus pensamientos, y me paseas por tu voz. Y entonces, solo entonces sé que nada puede dañarme, porque sé que en cuanto sienta el agobio de mi soledad nocturna, me bastara llamarte, y tendré la seguridad para siempre de que podré viajar por tu interior cada vez que muera el sol y nazca la luna. Y volver a perdernos entre los versos de mi amado y amante Neruda, de mi dulce Cernuda y de ese revolucionario llamado Ángel González...
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