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- Ya, pero la Luna es mía.
- Don Cayetano, le acabo de decir que lo ha perdido usted todo y ¿es así como reacciona?
A sus más de ochenta años, cuando Cayetano Suarez sonreía entornaba los ojos y se le poblaba la frente de arrugas.
- No, yo ya perdí todo lo que de verdad tenía en Octubre del setenta y tres: Una caja de madera con los bordes en cobre y cubierta de tela azul por dentro. Hoy usted lo que me anuncia es que estoy arruinado. Es algo muy diferente, ¿no cree? Uno no puede perder lo que no tiene y la ruina es como el invierno, inevitable para alguien como yo.
Ella se llamaba Magdalena y, cuando se marchó, me dejó, como si las hubiera olvidado, todas las fotografías que nos hicimos juntos. Las guardaba en una caja y ojalá pudiera haberlas guardado dentro del pecho. Las fotos se marchitan como las hojas y a veces mueren y por la mañana se ven diferente que por la noche. Y me hacían compañía y la mantenían viva en mi boca. Sabían a lo que ella sabía.
No sé que fue de aquellas fotos. Llegué por la tarde a casa, despues del trabajo, y en mi casa no quedaba casa, no quedaba nada. No se si estaban los muebles o no pero recuerdo que en la habitación había un hueco donde antes había una caja con los bordes en cobre y cubierta de tela azul por dentro. Malditos ladrones, los recuerdos no se roban. Se me llevaron los besos.

Uvedoble, Uvedoble, Ubedoble, Recuerdoensepia.com. Click. Joaquín Honrubia, Abogado y asesor fiscal había oido que era una web interesante para llenar el rato de después del café. Mejor que el porno, según para qué. Al parecer alguien se dedicaba a colgar en internet las fotografías que encontraba tiradas por la calle. La página de inicio y bienvenida rezaba: “Un homenaje en forma de catálogo a los recuerdos de personas anónimas”. Fotos, más corto y más claro – Pensó Joaquín pinchando en el botón de “entrada”- Las imágenes estaban archivadas bajo títulos como: Retratos, Parejas, Familia, Colecciones, Pedazos...Pero la que le resultó más interesante fue la de “Fotos con anotaciones al dorso” Esto se merecía un cigarro.

- Sí, se me llevaron los besos. Pero la Luna es mía.
- Don Cayetano por favor escúcheme, no creo que ni vendiendo su casa ni su colección de cuadros pueda cubrir sus deudas. Se encuentra en una situación más que comprometida. Abandonó usted sus empresas y las que no se hundieron por sí solas se las merendó ayer el banco. ¿Sabe lo que eso significa?
- Ella se llamaba Magdalena, y cuando se fue, me dejó, como si las hubiera olvidado, todas las fotografías que nos hicimos juntos. Se marchó por la tarde, y sé que aún me quería. Se marchó, y me dejó en la razón su quemadura.

Click. Anotaciones al dorso, setecientas cuarenta y tres fotografías. La foto de un limonero no deja de ser la foto de un árbol mientras nadie aclare, escrito a boligrafo o a pluma, que así le sabía la boca el dia en que se despidieron. Una imagen manchada de canela no es más que una foto sucia si no lleva escrito por detrás: “tu amor en rama”. Joaquín le dio una calada honda al cigarro. Ahí van dos corazones de humo. Las galerías estaban divididas según la fecha y el lugar en la que el creador de la página web las había encontrado. –¿Que la luna es suya? –pensó-. Mil novecientos setenta y tres, quince fotografías.

- Escuche voy a tener que declararle incapaz y solicitar su curatela.
En aquel momento Cayetano respiraba el aire que respiró cuarenta años atrás con Magdalena. El mismo que volaba en las fotografías que ella se dejó como olvidadas el día en que se marchó y que más tarde le robaron de su casa. A Don Cayetano Suarez le importaba poco si un abogado con la percha aún en los hombros solicitaba su curatela. Si le declaraban incapaz Cayetano pasaría sus últimos dias en un Hospital Geriátrico. ¿Y qué? La Luna era suya.
-¿Sabe Don Joaquín? Conservaba de ella nueve o diez fotografías. Todas profundísimas. En algunas cabía un puño de lo hondas que eran. En las que estaba nublado hacía frio y tenían un tacto húmedo cuando uno acercaba las yemas de los dedos. En otras se le podían recoger los rizos que le caian por la frente y en las que estábamos besándonos se escuchaba de fondo un bolero.

Click. Mil novecientos setenta y tres. Click. Buenos Aires, tres fotografías. De izquierda a derecha aparecieron en la pantalla del ordenador de Joaquín Honrubia, abogado, fumador, aburrido y curioso, tres imagenes escaneadas. Debajo de cada una de ellas su correspondiente anotación al dorso.
La primera era un primer plano de dos manos acariciandose. Decía: “Sus manos o las mías, nunca sé diferenciarlas cuando se rozan”. En la segunda, una mujer que a Joaquín se le antojó preciosa, radiante, sonreía a la cámara. Anotado detrás estaba: “Y así es Magdalena cuando está seria”

- No tengo otra opción Don Cayetano. No me está usted prestando atención. Necesito que me ayude a ayudarle. ¿Tiene usted alguna cuenta, algunos ahorros o algún bien que yo aún desconozca?
- Se lo estoy diciendo... La Luna es mía.

Mil novecientos setenta y tres, Buenos Aires. Click. En la tercera foto un beso y en el dorso una nota de despedida. Joaquín apago el cigarro.
Decía: Cayetano, me marcho. Yo también te quise. Me lo llevo todo. Todo menos la Luna.

Madrid, 22 de Diciembre de 2004

Texto agregado el 03-06-2006, y leído por 135 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
03-06-2006 Hermoso y nostalgico. ¿Qué más puedo decir? alastair
 
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