Notaba el frío, cada vez mas intenso, como cuando sabes que hay muertos vivos cerca de ti. Empezaba a ser doloroso el respirar, mi nariz se taponaba y mis ojos querían cerrarse. Ella me miraba, tornando la cabeza con cara de tarta de queso, entre asustada y melosa. Se acercó muy despacito, casi como de moviola, apoyó su cabeza en la mía y eso me dio un suspiro extra, el último…
Trató de hacerme cosquillas con sus bigotes en mi oreja, a ver si de aquel modo habría esos ojos donde siempre se veía reflejada, pero empezó a comprender que no se vería mas en ellos, se le cayeron dos lágrimas sobre mi cara, dos húmedas y ardientes lágrimas saladas. Eso fue lo último que pude sentir con aquel cuerpo que hice mover durante tantos años. Al cabo me encontré con mi cabeza apoyada sobre ese mismo cuerpo, inerte, ya frío, contrastando con el calor del ahora mi nuevo cuerpo cubierto de pelo, lamiendo su cara salada con mi lengua rasposa, tratando entre ronroneos de variar su gesto pálido, despidiendo agradecido a quien cambió de piel regalándome su vida. La reencarnación no es llamar a Encarna dos veces…
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