¡los libros están muertos! - escuché
¿muertos? - pensé
¡sí, muertos! - volví a escuchar -
... y bien muertos como
ese pedazo de plátano aplastado
sobre el piso de la gran avenida...
esta calle apesta - volvió a decir
le miré la cara,
era un tipo gordo,
con barba negra y tiesa
como un pedazo de caca seca,
y con dos pares de zancos...
tenía piernas de palo.
le vi caminar,
parecía tocar la puerta de casa...
le escuché gritar nuevamente:
¡la calle apesta!
me le acerqué un poco,
luego otro poco,
otro poco mas...
hasta que estuve a su lado
y me di cuenta
que él apestaba,
como a sopa guardada...
ya empezaba alejarme
cuando le volví a escuchar:
¡la vida apesta!
le miré y el me miró,
nos miramos un rato...
y como dos locos,
reímos un rato,
luego un rato mas,
me gustó reírme sin razón,
como un loco contento...
y cuando me orinaba
de tanto reír,
se acercó el gordo
y me dio un papel arrugado,
luego,
se fue caminando
como tocando la puerta de una casa...
le vi alejarse
hasta perderse en un rincón de la calle
miré mis manos,
desarrugué el sucio papel,
y leí:
¡apestas!
lo tiré por la calle
y me fui a mi casa,
a pegarme un duchazo...
ya estaba calato,
cuando abrí el caño,
y no salió una gota de agua…
me di media vuelta,
y calato,
me puse a leer un libro muerto
que también apestaba…
San isidro, junio de 2006
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