El paciente
A pesar del espanto de la noche, el día aun así, nace hermoso, brillante. No parece junio.
Da gusto vivirlo.
En silencio, como en una ceremonia, el paciente miraba el rutilante verdor del pasto recién cortado, iluminado por el sol. A través del vidrio.
El agujero rectangular extrañamente grande de la ventana y el marco metálico, y la manija. Lo ahogaban. No habia dado aun con el mecanismo para abrirla, ni la habia tocado.
Solo observaba, callado.
Admitía su ignorancia sin palabras. Confiaba, aveces sin saber bien o nada el significado de los terminos que se fueron repitiendo desde que quedo internado. Odiaba el dolor que con los años se hizo más intenso, hasta impedirle montar, solo podía andar al paso. Justo ahí debajo de las costillas, siempre.
Ni hablar de un galope.
La enfermedad le parecía irreal, como un sueño. El toda la vida fue sano, fuerte. De hacer trabajos duros, en el campo nada es liviano. No cualquiera soporta el viento del invierno en la meseta, rastreando animales, juntando leña.
Los ruidos de la noche en el hospital no lo dejaron dormir. Sobresaltado, buscaba en la oscuridad, dirigía su atención a algún sonido extraño, algún quejido. Solo habia cerrado los ojos, pero no durmió.
Compartía la sala con un hombre viejo, con la marca de la gorra en la frente, dividiendo en el color de la piel lo que queda a la intemperie, y lo que no. Las manos grandes y huesudas, con callos y cuarteadas en las palmas y en el dorso.
En silencio miraba, fijamente la pared.
- ¿Usted sabe muchacho...? Dijo el viejo, como desde adentro de un desmayo.
No cambió de posición los ojos. Apuntaban a el mismo lugar, liso y pintado de blanco.
La pregunta le hizo volver la cabeza, para atenderlo.
- Es la segunda vez...que caigo enfermo de lo mismo, hecho sangre..., por abajo. - Intimó, bajando la voz.
Nada separaba las camas.
Durante la noche en vela, habia escuchado el respirar ruidoso del anciano. Su tos, y escupir en la chata, arrancando un bramido en la garganta, con mala puntería.
Se acostumbró a su olor al poco rato que lo trajeron, con una manguerita de suero clavada en un brazo. Una bolsa de sangre oscura le goteaba poco a poco, casi sin ganas.
- Dicen que la bebida... Continuó.
- Y que va’serle..., hay que calentar el cuerpo - Se justifico - Uno, trabajando siempre afuera, en el frío, con la mezcla, siempre trabaje de albañil, de chico...
Cuando le trajeron la comida, dejo que se enfriara en la bandeja metálica, sin tocarla. No quería que volviera el dolor, con el ayuno lo tenia alejado. Era mejor el hambre.
El doctor le habia anunciado que al otro día tendría el resultado de los estudios que le fueron haciendo desde que llegó. Que hablarían sobre la cirugía.
- ¿Seguís orinando oscuro? Le habia preguntado el medico, tuteándolo.
Tenia miedo. Miedo a lo que venía, a sufrir, a más dolor. Pero ansiaba que fuera todo rápido, lo que sea, pero pronto, ya.
Que pasara, y volver al campo. Salir de ese encierro. Se imaginaba sobre el pingo mirando hacia las bardas, y una racha de frío en la cara.
Sonreía, y al mirarse sentado en la cama se angustiaba otra vez. Volvía a sentir suerte por no tener familia, no tener que avisar a nadie que estaba en el hospital, explicar que lo operaban en unos días. Otra ventaja de la soledad.
Lo aliviaba saber que nadie lloraría su posible muerte.
El desvelo como un montón de imágenes apiladas, en tropel, lo sacaba, en su fiebre, hasta dejarlo en el mismo centro del alma quejosa del viento. Donde esta su casa, y él vaga libre bajo el cielo.
Como siempre, se veía morando apartado entre arenales caldeados de verano, o penetrando la gélida tapia del blanco invierno, en los pedredros.
Terco, penitente y solo.
- Desde que me pasó lo mismo, hace un año, la primera vez que sangré... - Insistió el viejo - ¡No volví a ser el mismo, muchacho!, me puse como si fuera otro.
- Otra persona, ¡cambié...! Mirándolo fijamente, como en busca que lo aceptara así, como era ahora.
- Me emociono por cualquier cosa, de ver a mis nietos jugando, o que me llamen, me pidan que los alce, me hace llorar... - Se confesaba y en los ojos se le juntaba un brillo.
- Me cuesta salir a la mañana, dejar la vieja sola, que le pase algo, pienso siempre en mi hija, la que vive en el Valle y me asusta no volver a verla. - Suspiró, y cambio de posición en la cama, evitando mover el brazo que tenia puesto el suero.
- Y en la obra también, ya no llevo de a seis ladrillos, ¡me cuesta!, me cuesta dar vuelta el pastón, como si hubiera perdido la fuerza...
Una enfermera ingresa en la sala frenando su paso rápido se vuelve hacia la puerta y desaparece. Con un gesto de haberse equivocado.
Los dos hombres quedan mirando el lugar donde estaba. Un perfume dulzón impregna la fuga.
- Vió, con esto de que me pasan sangre y uno no sabe de quien es. - Mirándolo inquisidor.
- ¿No me habrán pasado sangre de maricón ? - Le dijo, seriamente.
El paciente sonrió, entre un gesto de espera. Pensativo.
Sin ganas.
(2003)
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