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El viejo recoge del piso una pelota de beisbol de las antiguas, de esas que todavía se hacían con piel de conejo. Su superficie, gris por los años, tiene manchas marrones, como las que deja el óxido o la sangre vieja (tan parecidas al reclamar su herencia de hierro). La vieja pelota se parece a la esfera de cristal de una gitana de feria que durante años adivinó el porvenir en Sonora y Sinaloa y terminó asesinada por un mariguanero de la sierra al que no le gustó que le mostraran un futuro donde se veía baleado por un par de policías racistas de San Diego.

En la bola se adivina el patio de cemento de una escuela. Los niños juegan futbol o corren de un lado a otro, aparentemente sin rumbo ni sentido. En uno de los pasillos que bordean el patio de cemento se ve una pareja de profesores de primaria, orgullosos de su trabajo formativo. Ella, la miss Margarita, da durante años clases de primero y segundo; él, el profesor Reyes, es maestro de gimnasia. Ambos son amantes clandestinos que tienen encuentros que rallan en el sadomasoquismo en el cuarto lleno de muñecos de peluche de ella siempre que logra dormir a su madre anciana con jarabe para la tos. Ocasionalmente, el sexo se realiza en el cuarto de herramientas de la escuela en la que trabajan. Se sienten culpables, avergonzados uno del otro, pero no pueden evitarlo, así que se vengan con sus alumnos.

Sobre todo, la miss Margarita odia a los niños que no le ponen atención. Reyes la domina, ella quiere dominar a sus alumnos. "Una por otra", es la frase que murmura siempre que va a castigar a algunos de los infortunados que caen de su gracia, como el pequeño Esteban, güerito, pequeño incluso para sus siete años, insignificante.

Lo peor es que Esteban la idolatra y realmente se siente estúpido cuando la maestra le pega los labios con cinta adhesiva durante el recreo y es incapaz de hacerle caso a su amigo Moisés, verdadero experto, quien le dice que se quite la cinta y se la vuelva a poner cuando regresa la miss, pero Estaban está aterrado y no lo hace; al terminar el recreo, la profesora arranca las cintas --y les aseguro que se humedece en un lugar que sólo ella y Reyes conocen-- cuando ve las lastimaduras que deja en los labios de los niños. Eso le enfurece --que quede claro, no la sangre, sino lo sexual, pues ella es una “señorita decente"-- y castiga a Esteban a pan y agua y a gritos lo convence de que es un estúpido y no corresponde adecuadamente al gran sacrificio que hacen papá y mamá por su educación (y luego se lo cuenta al papá, angustiado por la familia que crece y el dinero que se acorta, por el bajo sueldo y el desfalco creciente que hace a la caja que está su cargo, quien decide creerle a la maestra y al llegar a casa lo golpea con el cinturón).

En esa época, donde conceptos como “educación de calidad” y “la letra con sangre entra” eran sinónimos, la crueldad de la miss Margarita pasaba casi inadvertida, incluso le valía el modesto reconocimiento de otros profesores. Sin embargo, ella es plenamente consciente del abuso, y lo disfruta (pero, claro, sufre por ello, porque le enseñaron a sufrir). Así, se ceba en miles de operaciones aritméticas con resultados erróneos, en tareas aparentemente mal hechas, y acusa al pobre Esteban con sus papás: “Su hijo es un burro, si lo único que tiene que hacer es copiar”. Efectivamente, sólo tiene que copiar, pero la profesora sabe que el niño es patéticamente miope, no en balde está bajo su poder de lunes a viernes seis horas diarias, pero le gusta que lo castiguen, que el niño llegue los lunes sin poderse sentar.

Y lo recuerda particularmente cuando Reyes la amarra, cuando le aprieta el cuello, un poco más fuerte cada día, y casi no puede fijar su mirada en los ojos lujuriosos del profesor de gimnasia, quien cuando lo hace no la ve a ella sino a Felipe, su compañero de cuarto de la Normal, en la casa del estudiante tapatío. Y aprieta cada vez más fuerte porque Felipe lo dejó para casarse con una niña bien y él no podía decirle a nadie cuánto lo extrañaba, cuánto quería vengarse de él. Luego quiso entrar al Colegio Militar, pero algún capitán vio en él algo extraño y le impidió el ingreso, así que Reyes comenzó a dar clases de educación física en el exclusivo colegio para varones donde también daba clases miss Margarita.

¿Qué vio en ella? A veces él mismo se lo pregunta cuando está solo en su habitación o, sobre todo, cuando la maltrata. ¡Quién sabe! Es la primera mujer con la que ha estado e intuye que será la única. Eso lo pone de mal humor, tira el cigarro (otro de sus vicios secretos) y se prepara para su clase. Hoy es un día especial (el encuentro sexual con miss Margarita fue más extenuante que nunca; de hecho no se siente tranquilo hasta que la ve frente a su grupo. Ese día trae una mascada en el cuello para ocultar las marcas moradas que le dejó, mucho maquillaje y unos horribles anteojos oscuros grandísimos. Suspira y piensa que, cuando menos, al final pudo contenerse).

Los lunes son bueno pues le permiten encontrar más fácilmente algún muchacho a quien humillar, y alguno que le recuerda a Felipe. Hay cierto nerviosismo en el ambiente, como siempre que el profesor Reyes está a cargo de los alumnos. Los estudiantes perciben algo muy malo...

El ojo entrenado de Reyes localiza a su víctima. y así fue. Hubo un linchamiento. El maestro de gimnasia arrastra de la oreja a un adolescente, lo pone al frente y comienza a gritar al micrófono: “Miren a este joto, a esta niñita, más le valdría ponerse una falda y jugar con muñequitas”. La indignación de ese santo varón va en aumento. Rocía con saliva, cuando menos, a los alumnos más cercanos, como a unos ocho metros de él y el muchacho empieza a llorar. Literalmente, más combustible para el inquisidor. “Y claro, llora como una nena, pero ¿qué puede esperarse? si eso es lo que parece con esos aretes, con esos pelos”.

El profesor está visiblemente excitado y eso es lo único que lo detiene. Finge asco y se refugia en uno de los baños, donde se masturba violentamente.

Las imágenes en la pelota de beisbol comienzan a enturbiarse, pero se alcanza a ver un muchacho con pelo teñido de verde que se abre las venas en un sórdido baño y a un joven pálido inyectándose una sustancia lechosa en un brazo tumefacto mientras murmura “nunca he podido hacer nada bien”.

El viejo suelta la pelota que rueda hasta un rincón del cuarto. No recuerda lo que vio, pero se siente muy complacido, casi como si se hubiera alimentado. De hecho, casi podría decir que se siente bien. No sabe de qué manera --recordemos que en realidad él no sabe casi nada-- le parece que comió algo –y así debe ser, pues si no, ¿cómo explicar su gordura?

Texto agregado el 02-06-2006, y leído por 297 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
02-06-2006 Realista vision de la hipocresia! Por suerte los alumnos tienen sabado y domingo libres. indianala
 
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