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Una mujer (los monólogos de los testigos)

Era tetona, flaca y chica. Me gusta recordarla así. Con sus ojos a medio cerrar, con la elegancia de una actriz de cine y con un ritmo para bailar endemoniado. Todo el colegio se enamoró perdidamente de ella. Se notaba a la legua, aunque nadie fue capaz de reconocerlo después. Felipe se callaba y se tomaba el pelo con las manos, observaba al magistrado, con esa cara de niño que tenía en el colegio y no reaccionaba con la miraba. Nadie de los presentes sabíamos como las cosas llegaron tan lejos.
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La fila de automóviles y deudos, colmaron el cementerio. Había un cerro de flores junto al ataúd, forrado con la bandera del colegio. En el costado derecho, una pequeña banda de músicos, algunos profesores y el rector; detrás de ellos, las familias y los amigos. Al final de los discursos, la Madre se acercó al féretro, depositó una flor y aguardó un momento, en el mismo lugar que hace diez años, cuando despidió a su marido. Saludé a la Jacinta. Nos abrazamos tiernamente. No podíamos creer lo que había pasado, era imposible, aunque teníamos el cajón a tres metros de distancia y aún así, no podía ser verdad. La conversación giró en todas las preguntas habidas y por haber. Ella había dejado de verlo, luego que rompieron, a los tres años de salir del colegio. Pero las sospechas venían de hace tiempo. Esa mina era una puta, como afirmaba la Jacinta. ¿Lo era?. A mí, no me parecía.
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Yo fui el portero del colegio durante treinta y dos años, y me encariñé con algunos cabros. Lo cual, se transformó en reciproco al poco andar. El Pablo era un niño aventajado, siempre el primero de su curso. Cuando terminó el cuarto medio lo eligieron presidente del colegio. El Felipe era bien gallo también, se destacaba en los deportes: era el diez de la selección de fútbol, bi campeona del Inter-escolar. No era raro que algunos me invitaran a sus matrimonios. Pero cuando me llegó la invitación al matrimonio del Felipe, me puse más feliz que nunca: se casaba con la Matilde, la chiquilla más bonita del colegio.
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No, la verdad es que era la cabrita, la que lo buscaba siempre. El Pablo se le corría, luego cayó en sus redes, aunque todos hubiéramos caído.
Fue terrible, los recuerdos se me disparan en la cabeza: cómo algo tan maravilloso pudo terminar así. El Pablo y el Felipe, eran una yunta de bueyes. Todo el día juntos, sin embargo, el Felipe terminó por cortarle la garganta con una cuchilla de carnicero. Pobre niño, debe haber estado absolutamente perdido, viviendo en la desesperación.
Lo esperó que saliera del motel, lo siguió durante un largo trecho y cuando estaba llegando al edificio, lo agarro de un ala y lo puso contra el auto. Así que me estás cagando, tal por cual, le gritaba hecho un energúmeno. El Pablo era tranquilo, nunca causó un disturbio en el edificio. Pagaba cuando correspondía y trabajaba harto. Tuve que salir a la calle para calmar la pelea, pero no había caso. Llamé a los carabineros cuando el Felipe sacó el cuchillo; las imágenes del Pablo sangrando las tengo grabadas en la cabeza. Lo envestía una y otra vez, mientras el chiquillo, ahogaba los gritos con una sangre oscura que salía de su garganta.
Luego, el Felipe se cortó las muñecas con la misma pasión empleada en el asesinato, abrazó el cuerpo de su amigo y no lo soltó hasta que llegó la policía.
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El Felipe pololeo con la Matilde. Se le declaró en la fiesta de la primavera: la fiesta que se hacía para la despedida de los cuartos medios. La flaca fue elegida reina y el Felipe el rey feo. Se pegaron el tremendo beso delante de todos, fue súper romántico. El, era bien pintosito; ella, era la mina más popular del colegio; la que llevaba la guaripola en los Inter-escolares. Gritaba por su campeón, le mandaba besitos, pero contrariamente a lo que podíamos pensar, sus deseos estaban en otros lados; al que miraba de reojo, el que le hacía erizar los pelos: era Pablo. Un tremendo mino, guapo, alto, con unos ojazos de gato. Las minas lo mirábamos hacia arriba. Como el Pablo siempre anduvo con la Jacinta, la Matilde, no tuvo oportunidad de enterrar su garras. Después de casados, quedó la cagada.
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Fue cuando el Pablo terminó con la Jacinta, que la Matilde me preguntó, donde podía ubicarlo. Yo le di el mail y el teléfono de la oficina. Pero todos sabíamos que estaba casada con el Felipe, si llevaban una vida juntos. El matrimonio fue la tremenda fiesta. El suegro del Felipe orgulloso, recibía a todos los comensales, en la entrada del salón principal del club de la Unión. Bailamos hasta las tantas, pero lo mejor de la noche, fue cuando cantaron el Felipe con el Pablo, una canción del Puma Rodríguez o algo por el estilo, fue muy divertido verlos juntos, abrazados, borrachos y felices. Después nos unimos todos y nos peleamos el micrófono, para mandarle saludos a los novios. En el final de la fiesta, ocurrió un hecho que me pareció curioso, aunque no le di la menor importancia hasta hoy. Fui al baño por enésima vez y afuera, en la entrada de salón, se encontraba la Matilde con el Pablo discutiendo, hablando en duros términos, movían las manos y ella estalló en llantos, todo en un instante. No sé lo que hablaron, pero dos amigos no llegan a esos gritos; dos amantes, sí.

Texto agregado el 01-06-2006, y leído por 219 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
11-05-2007 Es un cuento muy malo. Ana_Rosa
31-03-2007 Si alguien acusa de plagio debe demostrar. Roberto_Cherinvarito
26-08-2006 Ya que copias tus cuentos de malas traducciones de cuentistas franceses deberías esmerarte un poco más en tus plagios. conchitasv
 
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