Recuerdo que me dirigía a mi casa, volvía de San Martín, cuando el motor del Volswagen empezó a fallar con el clásico tironeo de quedarse sin nafta. Y era eso no más, un pequeño contratiempo cuando se tiene una estación de servicio a mano. Pero este no era mi caso, me quedé en pleno Barrio Saavedra y el surtidor mas cercano se encontraba a 15 cuadras. O sea que no lo pense mucho, saqué el bidón del baúl, me subí las solapas del saco y comencé a caminar en busca del
vital elemento. Cuando volvía pasé por un kiosko que vendía panchos y aproveche para comerme uno acompañado de una gaseosa, demasiado fría para la temperatura ambiente.
Caminaba por la calle Burela en dirección al Parque Sarmiento, serían las 22 horas. Esa zona, en el mismo horario pero a fines de la primavera o en verano, se destaca de la mayoría de loa barrios porteños, pues es normal ver a los vecinos sentados con sus sillas en la vereda, compartiendo charlas y en muchos casos el infaltable mate. Chicos jugando a las escondidas, abuelas hablando sobre las últimas novedades de la novela de moda. Barritas de adolescentes charlando y jugando de manos como pequeños cachorros. Más como les contaba, estábamos en pleno y frío invierno. O sea que no sólo el clima había cambiado, sino también las costumbres de la gente.
La calle estaba desierta, sólo, acompañado por los autos estacionados, los añosos árboles, las bolsas de basura en su paciente espera del recolector, en fin, no me sentía para nada tranquilo. Seguí mi camino al parque, un predio de varias hectáreas, realmente hermoso. Cruzaba la calle Crisólogo Larralde y ya me internaba por Andonaegui, que linda con el parque, cuando sentí una gran exitación, como una ansiedad extrema. Me asuste, creí no poder soportar esa gran tensión, más súbitamente, me sentí mejor. Atiné en volver a casa, más me pregunté porque hacer tal cosa, ese autocuestionamiento dió resultado y seguí caminando. Me detuve a escasos 50 metros y me senté en un pilar, al pie de la verja perimetral del parque, a descansar y meditar sobre lo que me había sucedido. Pensé en un infarto o algo por el estilo, quizás la presión, aunque lo descartaba pues siempre me jacté de tener la ideal. Estaba preocupado, abonaba mi temor el sentirme tan solo en ese lugar desierto Más de a poco me fuí serenando; oré a Dios, con dudas de que me escuchara por hacerlo solamente en momentos críticos. Ya me incorporaba para seguir mi camino, cuando comencé a transpirar en forma impresionante, un líquido caliente, de un color verde intenso practicamente me brotaba descontroladamente. Mis manos se crispaban y se aflojaban sistemáticamente, perdí el control de mi cuerpo, me desplomaba y me levantaba a una velocidad enorme, giraba sobre un punto y caía pesadamente. De golpe me quedaba quieto, ahí notaba la sangre que manaba de pequeñas pero profundas heridas que parecían hechas con un fino estilete. De pronto oí una seca explosión y ví como el bidón con nafta volaba por el aire y se estrellaba en el pavimento e inmediatamente comenzó a arder. Desde el piso observé a esa llama enorme convertirse en pocos segundos en una luz clara y verdosa para rápidamente transformarse en una enorme burbuja centellante y transparente, de tamaño como para contener a diez hombres robustos. Se fue acercando a mí con unos violentos chisporroteos que me enceguecieron. En segundos o minutos pues no podría dar seguridad del tiempo transcurrido, sentí una paz y un bienestar nunca antes vivido. Sabía sin verlo que estaba dentro de ella. No tenía la más mínima idea de que era o quien era y en ese caso, que pretendían de mí, más les aseguro que en ese momento mi sentimiento hacia esa cosa, hoy lo comparo con lo mismo que un bebe experimenta en el regazo de su madre. Me sentía bien después de tanto sufrimiento, gozaba de ese momento y quería que así fuese por siempre. Estaba embriagado de placer, sólo guardaba en mí un difuso recuerdo de esos instantes de terror.
Seguía acostado en el piso cuando recibí la orden de levantarme, sin saber de donde provenía lo hice rápidamente sin ningún temor. Era otra perspectiva la que tenía mi recobrada visión, predominaban los colores claros pero profundos, supuse estar en otra dimensión. No veía objetos concretos, solo colores claros y nubosos. Incesantemente pasaban rozándome estelas de energía en distintas direcciones. Me llamaba la atención que no parecían cruzarse ni atravesarse, como si estuvieran programadas con exactitud. Eran de colores brillantes y formas diversas, más se destacaban por su irrupción centellante. Pensaba entonces que yo fuese algo similar, más al ver mis manos , mis pies comprobé que no había ningún cambio. Comencé a recuperar la conciencia y traté de encontrar una explicación de lo que estaba sucediendo. Resolví salir de ese lugar que a esa altura ya no era de mi agrado, entonces salté como quien salta al vacío, lo hice con decisión pero con mucho miedo. Parecía una caída eterna, sentía como si vagase en el espacio, ya no más energía viva y centellante ni colores claros y profundos, solo obscuridad. Estaba resignado pero atento a todo. De repente una luz blanca y pálida me hizo abrir los ojos, miré a mi alrededor y noté un espacio pequeño. Dos hombres sentados a mi lado me observaban con signos de preocupación, uno de ellos apoyó su mano en mi frente, casi paternalmente me dijo Estás bien, quedate tranquilo.Le sonreí y hablamos unas pocas palabras hasta llegar a un hospital. Allí me ubicaron en una habitación. Mas tarde llegaron mis familiares y algunos amigos. Indudablemente había tenido un problema de salud.
--El médico dijo que te quedarás 48 horas en observación, --acoto mi madre. Después de unos minutos todos se fueron para volver al otro día. A última hora pasó la ronda médica, me revisaron y se retiraron dándome las buenas noches. Fue en ese instante que algo me llamó la atención, cuando se iban los médicos y el enfermero, noté que los tres dejaban una estela de color verdoso pálido con destellos centellantes. Abrí y cerré los ojos varias veces para ver si estaba soñando. Me persigné y me acomodé para dormir y esperar al otro día, pues vendrían a verme mis familiares.
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