Podría jurar que es el mismo bastón el que cuelga de su brazo izquierdo. Hace muchos años que no lo veía, su rostro casi adolescente, con el mismo gesto, la forma de pararse, el tintinear de las monedas al agitar acompasadamente el tarrito que en alguna oportunidad fue envase de duraznos en almíbar; créanme que hay una gran posibilidad de que ese tarro lleve más de 20 años en su mano, agitándose doce o quince horas por día.
Lo encontré en su parada de siempre, 18 de Julio entre Yí y Yaguarón, a la derecha de la entrada de la galería.
Por aquellos años yo era un inquieto estudiante llegado recién del interior, que se bajaba una o dos paradas antes del liceo para poder fumar tranquilo mis primeros cigarrillos, observar el entorno céntrico y sus resacas de noches agitadas.
Lo veía todos los días, pasaba a su lado y siempre reparaba en él, suponía (aún lo hago) que teníamos casi la misma edad.
Mis ojos irremediablemente se enfrentaban con los suyos y miraba sin piedad, con la impunidad de quien sabe que no lo pueden ver, miraba esos ojos distintos del resto, sin vida, fijos y con las pupilas blancas, llamaba mi atención que no los protegiera de la curiosidad de los transeúntes.
Él con su monótona rutina, yo con mi desgano estudiantil y una adolescencia a los saltos, dos mundos totalmente opuestos, uno oscuro y tranquilo otro lleno de colores y miedos, y la vida que nos pasó.
Ayer pase y lo vi, algunas canas en su cabeza delatan sus treinta y pico, sólo eso.
Hace muchos años que no me daba unos minutos para observar el entorno y los detalles, como cuando era adolescente, camine por el mismo lugar, que hoy es de otro país. Me topé con el cine Trocadero, donde me sentí por primera ves impresionado de Montevideo, las matiné de mi infancia en el interior no se podían comparar con ese mundo de butacas. Hoy ya no pasan películas, pero siguen vendiendo fantasías, en la otrora gran marquesina se lee... “Dios sana y salva... Iglesia bla, bla, bla”.
Cruce la calle y me encontré con unos caños que sostenían unos enormes andamios tubulares que cubrían la fachada del edificio del diario El Día, me pare en el mismo lugar donde todas las mañanas lo hacía para leer los titulares del ejemplar de la fecha que se exhibía en una gran cartelera y miré hacia arriba...
- ¡Un casino!
- ¿Cómo? Pregunte a quien me hablaba
- Sí, un casino, maquinitas, eso, eslo, ¿como se dice?
- ¿Slot?
- Si eso, maquinistas… Me contesto el quiosquero. ¿Qué me cuenta?
- Muchas cosas le puedo contar, ¿tiene tiempo? le conteste esbozando una sonrisa.
Manos en los bolsillos, continué caminando cabeza gacha, muchas cosas pasaron a gran velocidad por mí cabeza; en otros tiempos cambios sociales mucho menores y más lentos que los vividos en los últimos veinte años desataron violentas crisis intelectuales y espirituales, rebeliones y hasta guerras civiles, pero todos los cambios negativos realizados en estos últimos años apenas han causado alguna pequeña conmoción, no llamaron la atención, porque la atención esta puesta en otro lado.
El remate de esta simple historia…; le voy a contar que mi primera sensación fue comprobar que en algunos casos, aunque cambie el entorno, aunque cambien las modas, las ideas, la gente, hay cosas que se conservan para recordarnos un pasado vivido, solo nos tenemos que detener algunos minutos y salir de esta realidad que nos agobia para que esos momentos retornen a nuestra mente.
Haga el intento.
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