Producto de libarse mate tras mate, infusión que Estela trasegaba con delectación desde que era una pequeñita de ocho años, su hijo Adonis nació con la boca torcida y con las palmas de sus manos mirando hacia adelante. Además, sus pies apuntaban a ambos lados, lo que le otorgaba una facha derechamente chaplinesca. Sin preocuparse demasiado de estas características que ella llamaba secundarias, la mujer no se preocupó en lo más mínimo en intentar corregir estas deformidades y muy por el contrario, le inculcó al chico que desarrollara una gran personalidad y lo envió a los mejores colegios. Allí, el muchacho, absolutamente desinhibido, considerando todas las diferencias morfológicas con las que había llegado al mundo, discurseaba a sus compañeros con esa boca que permanecía muy pegada a su oreja derecha:
-Y si bien es cierto que todos los seres humanos somos iguales ante Dios, debemos respetar las pequeñas diferencias con las que cada uno de nosotros hemos sido dotados. Por ejemplo –y sacaba a colación el tartamudeo del Sapo Guillén, la miopía de Cristina Chantal, el renqueo de Mario Urcaján y el estrabismo de Miroslava Chávez, todos estos compañeros no serían los mismos sin esas características que los identifican.
Y comenzaba a pasearse por la sala, bamboleándose de un lado a otro, hecho que nadie notaba porque, curiosamente, la personalidad de Adonis era tan avasalladora que todos sus defectos habían pasado a segundo plano. Y se daba el caso que muchachos absolutamente sanos enmudecían ante sus elocuentes discursos y temían que el ojo avizor de Adonis, descubriera en ellos algo que pudiera estigmatizarlos por el resto de sus vidas.
Leticia, un bella chica del mismo curso del extrovertido muchacho, lo contemplaba con sumo respeto y admiraba su prestancia y la elegante manera como enrollaba su brazo izquierdo para poder asir el lápiz y escribir sobre su pulcro cuaderno. Como Adonis se sentaba en el primer banco, nunca había reparado en la arrobadora mirada de Leticia, la que se deleitaba contemplando los labios carnosos de esa boca que parecía pender de una oreja. Pero, como siempre hay una primera vez, cierta tarde, Adonis volteó bruscamente su cabeza, como si sus ojos hubieran sido imantados por esa mirada insistente. Entonces reparó en Leticia y sin desearlo, le brindó una sonrisa condescendiente. Ella enrojeció como un tomate y se ocultó tras sus libros.
Adonis reparó en el exceso de pecas que constelaban el rostro de la niña y se lo hizo notar. Ella, muy triste, por considerar que esto podría ser una barrera para llegar a conocer al muchacho, invirtió muchas horas de su tiempo libre, probando multitud de cremas que le borraran sus espantosas efélides. Después de un largo tiempo, Leticia lucía un rostro limpio y hermoso pero, aún así, Adonis le criticó su excesiva blancura y el desvaído celeste de sus ojos. Ante esto, la muchacha entró en una aguda depresión que la obligó a ausentarse por varias semanas del colegio, hecho que pasó desapercibido para el charlatán de Adonis, quien continuaba encandilando con su verborrea rimbombante a todos los que le rodeaban...
(Finaliza)
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