Cuando entro por vez primera me encuentro con un túnel de acero y concreto. Detrás mío, una puerta de igual material. De un color bronce gastado, todo era una especie de caja larga. No se apreciaba la luz, sin embargo, todo estaba iluminado en penumbras. Lo que sería el suelo, se apreciaba una gran nube espesa que cubría desde el principio al final del túnel, logrando cubrir mis pantorrillas. Al final descubro una curva, En ese lugar, sin seguir por el túnel, otra puerta sellada a cal y acero, conjugando un todo. Me desvanezco.
Reaparezco dentro de un cuarto, de forma de un cubo, sin nada en las paredes, salvo la pared opuesta a mí. Todo simétrico de igual color y contextura que el túnel por el cual hice mi aparición, por vez primera. En esa pared, como peculiaridad, había un cuerpo atado de las muñecas y de los tobillos, parcialmente tapado por una criatura extraña. No me ve ni me percibe.
La Clínica.
Rodeado de colinas verdes, y césped cortado con mucho esmero, el Palacio que tengo a mis espaldas, es un clásico de la Arquitectura del Siglo XVIII. La construcción del mismo, es de mármol. Su fachada muestra una brillante interpretación de los modelos italianos, adaptados al trabajo en ladrillo; se articulan en tres pisos con el número de vanos creciente en altura.
Los espacios esplendorosos y la inspiración cartesiana serían los protagonistas en la búsqueda de la perfección simétrica y de una perspectiva guardada por tilos, robles, álamos, fresnos, cerezos o hayas, ante la que la vista se pierde. El eje visual que se propone quiere dejar sentir su rango de absoluto: su principio, en el castillo, y su fin, en el infinito.
-¿Y doctor? –pregunta el Doctor Marques, psico forense.
-Estamos empezando – contesto raudamente sin mirarlo.
La Caja.
De golpe, un grito de animal. Gira su cabeza hacia mí. No ve nada. Otro gruñido y sigue con su cabeza entre los intestinos. La bestia se estaba alimentando. Cuando dio la vuelta, yo me había mimetizado sobre la pared lateral derecha. De momento veo la vida y la muerte de ese cristiano que estaba en pena, retorciéndose, mientras la bestia se alimentaba.
Vida y muerte de un cristiano, o al menos lo más cercano a eso.
Un pueblito perdido en medio de la nada. Tennessee, 1825. Una calle larga. La comisaría a la izquierda. Más adelante casi llegando a la esquina, la barbería. Haciendo cruz, el bar que auspiciaba de antro. Cuatro a seis casas paralelas a la calle principal, por ambos lados constituía todo el pueblito.
En medio de la calle tres personas. Se gesta un tiroteo. El Sheriff cae muerto de dos proyectiles que se le incrustan uno en el pulmón y otro en el corazón. Los otros dos hombres se retiran y comienzan aparecer las primeras caras de los lugareños. Luego de haberse disipado el ruido de los disparos, el alma del sheriff, comienza a desprenderse.
-¿Dónde estoy? – se pregunta.
El hombre comienza a visualizar la escena, como si de una cámara se tratase. Aprecia los lugareños que tapan algo. -¿Qué es? – se pregunta.
Intenta acercarse, la cámara enfoca la escena desde arriba y un costado. Ve un cuerpo tendido en el suelo. Es él. Se estremece. -¡Dios…! – grita haciendo amago de un crucifijo que supuestamente tendría en su pecho.
La caja.
La bestia sigue alimentándose. Las sobras, producto de su intestino caen sobre el piso del celdario. Ruidos en el piso. Animales, o formas similares, pelean por las sobras que caen de las fauces de la bestia. Se me acaba el tiempo, es un alma de l señor perdida en el camino. -¿Cómo llegó a esta parte del purgatorio? – me pregunto.
De golpe, como un rayo saco mi espada corta y de desde arriba hacia el costado lateral corto el cuerpo de la bestia a la altura de su corazón, y siguiendo la inercia Cambio la mano rebanando el cuello al nivel de la tercera vértebra cervical. Corto las cadenas y una luz blanca me ilumina el camino a la Clínica.
La Clínica.
Una luz recorre el cuerpo del sheriff, cual si este fuese sometido a una tomografía de cabeza a los pies. Se borra toda imagen de martirio.
-Buen trabajo – dice Marques y nos retiramos del Consultorio. Dos ángeles toman el cuerpo repuesto, y lo llevan a un lugar apacible debajo de un ciprés. Por encima de él tres ángeles tocan música de Strauss.
-Bueno. Es hora de retirarme – digo al galeno. Mientras lo saludo me comienzo a desvanecer. El sueño, empezó a ocupar su lugar. |