En la isla tenemos dos soles, uno a la izquierda y otro a la derecha para que no nos acusen de partidismo; quien quiere tostar su cuerpo por ambos lados se tumba frente a ambos pero hay quien está enfadado o simplemente a quien no le gusta alguno de ellos y se tuesta por un lado, esto no es problema en la isla porque allí hay gente que anda de frente y gente que anda de lado, como los peces en los dibujos que hacemos del mar. El sol de la derecha recientemente ha cambiado de peinado, ahora lleva tupé porque dice que le hace parecer más duro; el otro sol ha decidido no opinar al respecto porque hace años que lleva unas gruesas gafas de sol que le hacen parecer un cantante de rock de los antiguos. No sé cuándo llegaron los soles a la isla, a decir verdad, creo que todo ha estado siempre allí, también la luna, sí, luna sólo tenemos una. Una noche de verano cuando ella, llena, ocupaba el cielo con su nívea luz apareció una lunita de estas modernas con minifalda y ofreció su presencia para acompañarla en el cielo ¡no sabéis cómo se enfadó la Luna! Le pegó un puntapié tan fuerte que la moderna lunita fue a parar a un río de una isla cercana, menguó y menguó de triste que se puso y algunos dicen que ahora es una piedra pequeñita de las que gustan meterse en los zapatos. Soles puede haber dos, pero Luna, Luna no hay más que una.
En mi isla huele a vainilla. Tenemos un volcán con muchos gases y cada vez que se tira un pedo inunda todo de olor, suerte que huele así porque imaginaréis que si oliese distinto hace tiempo que la isla hubiera quedado despoblada. Muchos turistas visitan la isla para fotografiar y comprar frasquitos de aire volcánico, nosotros los acogemos sin problema pero han de prometer que sólo hablarán de ella a una persona con lo que conseguimos que no se llene en demasía y, además, hacer de ella un bonito secreto que llega como las mareas, poco a poco.
Tenemos plantas pero son unas parlanchinas y si nos pusiéramos a hablar de ellas no habría línea por larga que fuera que las contentase, siempre querrían más y más, sólo diré que las hay con cuadros escoceses, otras de lunares y las que conocemos como plantas codificadas, repletas de rayas y que siempre andan estornudando, las más chismosas dicen que se tienen alergia a sí mismas.
Otra peculiaridad de mi isla es que los árboles tienen cosquillas ¡sí, cosquillas! Si pasas, descuidado, cerca de uno y sin querer rozas sus ramas u hojas, el árbol tiembla, primero en la zona con la que se ha contactado y luego el temblor, gelatinoso, se extiende por las ramas cercanas y parece que llovieran cosquillas entonces, lo mejor de todo es que los árboles de la zona, muy solidarios ellos, se ponen a temblar sólo de imaginar lo que sentirían si las cosquillas se las hubieran hecho a ellos. Hacen un ruido muy característico como si muchos papeles de chocolatina fueran estrujados al mismo tiempo. Cuentan en otros lugares que se trata del álamo temblón pero os puedo asegurar que aquí cosquillas tienen todos.
En cuanto a los animales, bueno, son los habituales que hay en cualquier otro lado, la única ventaja que tienen los autóctonos es que cuando tienen calor, porque en verano lo hace, se quitan el pelo, así uno puede ver a leones, caballos, ovejas y demás especies completamente calvos, incluso los peces se quitan el flequillo; los más tímidos se ponen pareos de tela para pasear por la orilla de la playa y últimamente se están haciendo concursos del –mejor pareo animal de la temporada-. Hablando de temporadas o más bien de estaciones quería comentaros otra particularidad: aquí la gente elige por mayoría, qué temporada desea tener. No creáis que todos votan primavera o verano, porque aquí el invierno es deliciosamente entrañable, huele a chocolate, leña y piñones y en el otoño se baila durante toda la tarde sobre las hojas caídas de los árboles hasta que se forma una masa compacta que cubre la tierra y le sirve a ésta de manta para arroparse por las noches cuando empieza a refrescar.
No puedo imaginar cómo se vive en otras islas, he oído hablar de islas perezosas que con sus propios bostezos engullen a los pobladores, de islas imaginarias en las que las cosas existen pero no son, de islas altivas a las que escalando accederse no puede, islas imán que atraen lo metálico a sus orillas, islas todas ellas, pero os aseguro que si pudiera elegir a qué lugar volver en mi senectud diría que a mi isla de vainilla.
(Al niño malva y los pequeños de boca torcida)
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