Un topo encandilado bailando descompensado al ritmo de su tambor busca en las esquinas izquierdas baldosas guasonas que sostenerle quieran. El mosquito, enamorado, mira la maceta de albahaca que, verde, asoma a la ventana mientras el cactus, compañero, seca sus redondeces como si de cien desiertos rodeado estuviese.

Llueve en las fuentes, en los vasos, en los estanques, llueve en los charcos, ríos, mares y océanos y lloviendo, llueve.

Cuadernos se escriben de atrás a delante con letra pero sin tinta dicen que no van a callar, al menos, no callarán en silencio, no callarán para siempre.

Fuegos artificiales se desparraman cual racimos de uva por el cielo, si comerse pudieran, explosión gástrica serían, mutilación de colores.

Dibujos que hablan con fotografías, que se cuentan, dicen sobre lo divino y lo humano porque abstracto lo entienden, en la lejanía leen las claves del secreto que nadie revela, en el que todos creen y del que nadie sabe.

Música que se desparrama por los manteles, se deja caer, suave, azul a la vista inundando con su mar los oídos, caracolas en donde una mujer perdió a quien amaba y desde entonces y ahora lo busca con sus susurros de sirena encerrada, prisionera, nunca liberada.

Medidas, relatividad meditada, pacífico ir.



(Para Isra)