Mi nombre es gustavo, así con minúscula porque es nombre de animal, así lo decidió Gustavo, mi amo, un tipo medio torpe o a veces torpe completo, complicado con las mujeres el trabajo y todas esas cosas de vípedos humanos que francamente nunca he podido entender.
Soy un perro beagle, común y corriente, aunque Andrea diga que soy un perrito de mierda por lo que hago con sus zapatos, sus camisas y demás porquerías de prendas que la ha dado mi amo, para que Silverio, el tipo de al frente, se las quite jugando cuando se quedan solos.
Mi existencia se torna a ratos en un caos digamos zoo-filosófico, cuando escucho a Gustavo hablar sobre democracia, viendo al puteado pueblo por la ventana; me habla sobre compartir y comparte a su esposa –aunque sin saberlo–; me habla un poco de dios, y ahí sí que me siento realmente eunuco, o huérfano o no sé cómo porque lo único supremo que conozco son los abrazos de Gustavo, las chuletas de la Andrea y claro, la perrita del 104 que siempre ladra cuando me mira diciendo cosas que aún no he podido traducir a este idioma.
El tiempo, dice mi amo, se está trepando indiscretamente dejando unas marcas inapagables, y eso sí que lo entiendo, si me siento cansado con 11 años, como será él con sus 37? Ahora, otra cosa es que aún no entiendo cuál es la trascendencia al momento de percibir la muerte, hay algo sumamente extraño en los humanos, y es que viven puteando la vida todo el día, y luego les parece jodidísimo recibir dicha calma...
Resulta que la vida en el mundo canino puede ser tan complicada, que tener un humano para divertirse puede ser una buena salida, pero cuando comienzan con sus deducciones del mundo, es francamente inevitable sentirse jodido...
En fin, Gustavo salió a trabajar muy temprano, y yo estoy aquí –por seguridad no digo dónde– muy escondido mientras que Andrea y Silverio me buscan afanadamente no sé con qué intensiones, mientras van diciendo: –cuuuchi, cuuchiii perrito de mierda!!! |