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Salir de la casa, caminar por la calle siendo ya de madrugada. Siempre lo hallé de alguna manera relajante. En realidad los ojos irritados son lo único que me molesta, aunque pueda parecer que el problema es más grande. No se cuánto tiempo llevo sin poder dormir, varias semanas, quizá ya un par de meses. Miento, son años. Es que se le va acumulando a uno un montón de cosas en la cabeza cuando en la vida le empieza a ir mal.

¿Cómo sucedió? Muy poco a poco. Recuerdo que desde esos lejanos años de mi adolescencia había ocasiones en que aquello de dormir se me complicaba. Llegaba la noche, me acostaba en la cama y nada, el hada de los dulces sueños simplemente no se dignaba hacer su acto de magia. Maldita hada. Claro que hubo ocasiones en que la ausencia de dicha hada estuvo a mi favor: fiestas, viajes, noches de estudio y trabajo de horas extras, pero la mayor parte del tiempo estaba yo y mi soledad. Bueno, ni tanta soledad, ese insoportable no sé qué que logra hacer más largas las horas me hacía compañía con frecuencia. Lo único que me quedaba era levantarme e inventarme algo que hacer, tarea ardua y complicada que un sin fin de veces no me fue posible resolver. Primero me fui por las soluciones fáciles, después de todo el asunto no iba a pasar a mayores. Leer los clásicos de la literatura que llevaban años empolvándose en el librero, luego novelas policíacas y después darle un descanso a la lectura. Traté de buscar nuevas soluciones: recurrir a los audífonos y pasar las noches en vela escuchando toda clase de discos, tratar de hacer cualquier clase de ejercicio para acabar con el exceso de energía, salir al balcón a contemplar la tranquilidad de la noche y finalmente sentir la tentación de adentrarse en esa calma para dejar la casa furtivamente y emprender una caminata a altas horas de la noche. Sí, creo que así fue como empezó.

Claro que una persona que padece insomnio difícilmente es la única afectada. Y eso a pesar de las ojeras. Nunca falta alguien de la familia que se queje del más mínimo ruido que hace uno a mitad de la noche. El asunto fue empeorando, hasta que mi padre me dijo que cuando tuviera mi casa podría hacer lo que me diera la gana. En parte por eso estoy aquí, de madrugada, ya casi llegando al centro de la ciudad, porque nada es como lo cuentan. Crecí, me casé hace no sé cuántos años, hice mi vida. Pero no podría decir que estoy haciendo lo que me dé la gana. De alguna manera todo se complica, acabas siendo un extraño en tu propia casa, ya no formas parte de eso. Y bueno, yo siempre he creído que debemos de buscar nuestro propio destino.

Supongo que no hay respuestas fáciles, ya no digamos felices. A veces me pregunto a dónde se ha ido mi vida, todo. Por eso esta noche decidí que lo mejor era irme, dejar todos esos fracasos atrás y seguir adelante, sin necesidad de hacer maletas. A mi edad uno debe de poder hacerlo si quiere ¿no? …bueno, tampoco soy ningún vejete, pero el tiempo no pasa en vano…

¿Realmente estoy a tiempo de empezar otra vez? ¿Y qué más da? Son de esas cosas que no te dejan dormir. Dormir… ¿Para qué quiere uno dormir si tiene tanto de que preocuparse? No es la primera vez que pienso en irme, pero nunca había llegado tan lejos como para salir de la casa con la firme intención de no volver.

Antes de darme cuenta estoy abriendo en silencio la puerta de mi casa, caminando a la recámara sin hacer ruido. Me meto a la cama y una voz a mi lado dice “déjame dormir”. Lo haré, no cabe duda que no vivo para hacer lo que me de la gana. Supongo que está bien, después de todo, los ojos irritados son lo único que me molesta.

Texto agregado el 25-12-2003, y leído por 248 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
25-12-2003 Buen relato, a todos nos ha tocado llegar a esos extremos. superalfa
 
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