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CRONICA DEL ALFARERO


Arribé al valle de Moche inducido por mi devoción a la arcilla. La morfología de mis ceramios tiene la cualidad de transferirle animación al barro del río, de su inanidad surge una pletórica fauna humana modelada por la visión de mi arte. Ante ella, los hombres, de contemplan estupefactos por la perfecta transmutación que han sufrido. Se asemejan a las execradas sombras de los condenados, leves figuras enclavadas en la arena, desprendiéndose del tiempo que los absorbió. En cambio, yo el alfarero, poseo el don de encarnar en el barro la finitud humana, y vencer el límite de la carne con el poder del arte. Por eso los sacerdotes me han llamado a la pirámide.
De la huaca contigua provienen sonidos macabros, clamores que descifro mientras me encamino hacia el terraplén que custodia el recinto. Quienes así gritan son los condenados, los prisioneros de la guerra ritual, los adúlteros, los duelistas y los ladrones, toda esa caterva gime abrumada por el dolor de la forma que los está olvidando mientras un átomo de vida brille en sus cuerpos exánimes .Pronto serán sueños nacientes que mi barro deberá explicar, y yo estaré presente para conferirle sentido a la vasija en la cual otros beberán la chicha que alegra la existencia de los amos.
Con un gesto de su mano el sacerdote me ordena empezar a copiar la agonía de aquellos miserables agitados por el estertor supremo. Las yemas de mis dedos se esfuerzan por encontrar en la dúctil arcilla un camino que le otorgue un significado a esas muertes, pues aquellos hombres jamás conocerán el rito de las exequias, y sus cuerpos saciaran el hambre de los gallinazos. Paulatinamente consigo someter la flaccidez de la pasta a mi imperio, y extraigo de sus seno un mundo alterno y extraño que empieza a encarnarse con exactitud entre mis manos. Parece como si el barro cobrara vida, o una forma híbrida de existencia estuviera invadiendo el epitelio de los huacos gestantes, asumiendo la nítida expresión de un condenado emitiendo una súplica inaudible para los sacerdotes que lo sacrificaron.
El sacerdote principal vigila el trabajo de mis dedos con suma impaciencia, pues ansía que todas las vasijas esten concluidas antes del crepúsculo .Algunas de ellas ya adquirieron su forma definitiva, y se muestran mayestáticas ante su escrutinio, pero existen otras donde todavía no ha germinado la efigie completa. El barro todavía no ha permitido que yo le arrebate su ser implícito, es como un acertijo que mi pericia debe revelar. No obstante la fuerza de su mirada me obliga a apresurar la hechura de la vasija. Del estribo surge un rostro intranquilo, caído sobre su hombro izquierdo como si la fatiga de sus músculos distensos hubiera vencido el orgullo de mártir. Su cara sonríe sin labios, sin expresión , desollada. Su nariz ha fugado, y sus ojos han sido cruelmente picoteados por las aves de rapiña. Su cuerpo desnudo permanece atado al tronco de un árbol que es la base de la caña del huaco, y sus pies yacen dormidos sobre una tierra roja, como si el resto del cuerpo los hubiera olvidado. En conjunto la presencia del alma ha desaparecido ahuyentada por el tormento. Hoy he convocado un homúnculo de arcilla enrojecido por el pigmento vegetal que guardo en mi morral. El sacerdote parece saber que he terminado pues sus pupilas se han dilatado turbadas por el horror de haberse reconocido en la impronta de aquel cadaver desconsolado. ¿ Como pude haberle otorgado sus rasgos al helado semblante de aquel reo?.
De pronto el sacerdote dirige su mirada hacia la plataforma que habitan los condenados, y se acerca presuroso a ese que veladamente se le asemeja. Aquel hombre, pese a sus estigmas, no ha sido totalmente desfigurado por la muerte, y ha preservado sus facciones de rebelde. Y ese recalcitrante espejo le devuelve una imagen infectada, un porvenir macabro que ningún sacerdote se atrevió a imaginar mientras introducía la canula en las venas de sus victimas. Este difuso vislumbre le obliga a meditar que el azar de los ritos vertera su sangre en la copa próxima de un señor más odioso, más cruel. En otra circunstancia, en otro tiempo.


Ruben Mesias Cornejo

Texto agregado el 25-12-2003, y leído por 262 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
02-01-2004 Otro buen relato que se acerca mucho a un discurso poético sonbvre un oficio para el cual en este momento no encuentro adjetivo. Te felicito nuevamente por lo aquí expuesto. flucito
 
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