Vientecillo, tibio, ondulante, viajero, las mujeres lo sienten en su rostro y se aprestan a disfrutarlo, pero luego, arriscan la nariz, se enredan en sus refajos y se alejan profiriendo maldiciones. Vientecillo, hálito desconocido que sobrevuela rasante por un radio circunscrito, un can es envuelto en esa nube amarillenta, se retuerce y huye como si un espectro le hiciera morisquetas. Vientecillo, que se comienza a diluir en su propio aroma mientras un gato arranca despavorido, fugándose por una ventana entornada. Nada puede reflejar mejor esa mezcla de asco y espanto que los ojos amarillentos y desorbitados del minino. Vientecillo, yace a ras de tierra agonizante. Sus espasmos son suaves, la muerte le acontece dulce y serena. Ya vendrán nuevas brisas, esta vez impulsadas por el trueno devastador que las esparcirá por doquier para horror de aquellos que se desbandan ante la abrupta aparición de dichas brisas. Un Zeus terrenal y nada de mitológico, retoza su siesta mientras sobre la mesa se divisan los restos de un pantagruélico almuerzo…