El otro día hablando con Luchito, vecino mío, surgió como siempre el tema de los libros. Como siempre ocurre, él me hablaba de libros que yo no conozco, y yo le hablaba del mismo libro que hace tres años leo: “Dinámica caótica en el lenguaje de los cerdos”. También, como siempre ocurre, recordamos como “Niebla”, de Don Miguel De Unamuno, nos había impactado tanto en nuestra época de colegio. Parecía increíble que el único libro que recordáramos con entusiasmo fuera “Niebla”. Y cómo no nos iba a impactar, si el sólo hecho de que un personaje cobre vida y visite al autor era una genial maravilla. Esa obra despertó, en nuestras pueriles mentes, las primeras preguntas del ser que se busca a sí mismo, que no es sí mismo, pero anhela un ser en sí, para sí, y siempre ser, sólo por ser…
Quizás fue a Lucho al que más impacto el libro. Porque al tomar ese insano libro, no se detuvo más. Se llenó de terribles obsesiones, e impropias visiones, llegando al fin trágico de la locura: la esquizofrenia. Estuvo muchos años internado en el siquiátrico. Pero ahora está libre, y en la medida de lo posible, intenta llevar una vida normal. Dice que una de sus terapias es hablar conmigo. Yo no le creo, pero al menos trato de seguirle la corriente con sus incoherencias.
A veces pienso que los libros que dice leer son sólo invenciones suyas. El otro día, por ejemplo, me habló de un libro de Unamuno llamado “del sentimiento trágico de la vida”. Titulo que juzgó más acorde a un loco, que a un rector de Universidad. El pobre desgraciado rayó todo el día con el anhelo de inmortalidad. Me afirmaba que enterrar a los muertos no es suficiente para un verdadero culto a la inmortalidad. Postulaba, que un verdadero adorador de la inmortalidad, tiene que comerse a sus muertos. Incluso dice que ya tiene todo preparado para cuando muera su Madre; le tiene hasta receta. Yo en un afán de seguirle la tontera, le insistí que si Unamuno hubiera escrito que cree en la inmortalidad del alma, no hubiera escrito nada. Porque como el mismo Unamuno dijo: Que escritor escribe, si no es por el deseo de inmortalidad. Por lo tanto, si convenimos que las ideas sólo toman realidad en el papel y no en la mente de los hombres; quien realmente cree en la inmortalidad del alma, jamás escribirá algo sobre la inmortalidad del alma; por lo tanto, la inmortalidad del alma no existe. Sin embargo, Luchito me requetecontra afirmaba que Unamuno fue un iluminado, un conocedor de lo eterno, que no se dejaba amilanar por resquicios literarios. Pero yo, con el único fin de exasperarlo, le respondí que Unamuno era una nota a pie de página de un libro de Platón. Y le refregué en su cara, que el gran maestro Gautama, proponía que la única salvación del hombre estaba en olvidar el deseo de inmortalidad y unirse a la nada, y ser nada. Pero Luchito, como buen inmortal, terminó agarrándome con las dos manos y azotándome contra la pared.
A pesar de que casi siempre terminamos peleados con Lucho, yo igual lo considero un gran amigo. Pero mi Madre y mis doctores insisten en que le deje de hablar, insisten en que él no existe. Pero yo me pregunto: ¿Un hombre deja de existir sólo por el hecho de estar enfermo? Además, el pobre de lucho no tiene amigos, sólo habla conmigo. Sepan que también me pregunto: ¿Cómo Unamuno dejaba que sus personajes le hablaran? ¡Sus personajes! Por lo menos yo sé que Luchito no es ningún personaje. Sé que es real. También sé que no es inmortal. Y el día que muera, les aseguro que me lo comeré con la misma receta de mi Madre.