La vida es cíclica. No importa cuando tratemos de tomar control de las situaciones, se sucederán hechos que debieron ocurrir sin que podamos impedir que ocurran, como si ya hubiesen estado programados para que ocurriesen, y nuestra decisiones y acciones solamente dilataran o aceleraran el momentum de la ocurrencia.

Supongo que eso es a lo que llaman destino, un concepto milenario que debe haber surgido de las mismas observaciones. Los sucesos ocurren porque deben ocurrir y si no ocurren en el momento en que deben ocurrir, ocurrirán en el primer momento en que engrane su ocurrencia. Como si fuera el engranaje de una noria, o aún más preciso, el de un reloj suizo.

La visualización de ese concepto, de hecho, debió ser la chispa creadora que dió vida a los relojes.

Caer en ese tempo que marca ese ritmo cíclico es vivir en armonía con el cosmos, y la sucesión de hechos en la vida de una persona se llevará a cabo acompasadamente, sin mayores distubios, ni mayores interferencias. Los problemas surgen cuando alteramos ese compas de ese ritmo cíclico, o cuando se los alteramos a otra persona. Eso es a lo llamamos dejar de vivir en paz.

La paz es un estado rítmico de ese ciclo de vida, que nos permite armonizar con los ciclos de las personas que nos rodean.

Los innovadores rompen el ritmo alterando los patrones cíclicos de las cosas ya conocidas. Los rebeldes rompen ese ritmo porque buscan cambiar la rutina que representa el ciclo. Los hostigadores rompen el ritmo porque le alteran el ritmo a otros.

Los belicosos son los peores porque buscan alterar el ritmo de las cosas, de los hechos, de los lugares. Los recién nacidos son la esperanza de los que buscan recobrar el ritmo y liberar al mundo de la involución, y a la vez son la esperanza de los que quieren y buscan romper los esquemas. Porque sabrán que el rompimiento de ese ritmo cíclico es un momento de involución, porque es como desviarse del camino que nos lleva más cerca del destino al que debemos llegar.

MEDITACIONES
Lourdes E. Moya Díaz, c2006