La cortina

Ululando al ritmo de la helada brisa de la mañana, opacando verdes y ocres volvió a hablarle. La cortina, testigo de los últimos veinte años, había reservado sus palabras para cuando Lucía sintiera el frío en el corazón y en el cuerpo.

Era un ser inerte y cobraba vida en sus vaivenes y se arremolinaba al son de sus pensamientos.

Su rayón poblado de pliegues, meticulosamente desdibujados había velado el sol de las mañanas tibias, de desayunos compartidos, así como los años de encierro y locura cuando un árbol tenía más vida que su dueña.

Podía contar las historias y los latidos de esa habitación y a diferencia de las paredes que también habían sido testigos, hablaba el lenguaje del los sentimientos. A las paredes su rigidez, aquel acartonamiento, su naturaleza inflexible les impedía hablar con un gesto.

Dibujó fantasmas en el aire y contó las historias que Lucía, ya no protagonizaría. En un instante se dío cuenta, que había batallas que no deseaba volver a pelear. Que las fuerzas las necesitaría para sentir, para oler la lluvia en el aire, para sumergirse en un libro o construir anocheceres rosados..... para compartir el aliento con seres tan imperfectos como ella misma.

Se elevó, como una vela al viento que impulsa un barco en río. Colapsó, como la emoción en un corazón herido. Avanzó y retrocedió como los sentimientos frente al pensamiento. Brilló con el sol y con el orgullo de la vida que había vivido