En la última mesa de una cantina olvidada que se encuentra en un puerto al que hasta a la luna le cuesta con su blancura llegar, yace un marinero de aguas lejanas. Horas antes del incidente el marinero había llegado con su tripulación al puerto y deseoso de más aventura encontrar entró en la cantina y de ron, vino, risas e historias increíbles se llenó el ambiente aquella noche. Hubo un hombre que a cada palabra que escuchaba del marinero, sentía como entraba junto a ella la envidia y que a cada trago de alcohol que ingería, despertaba de las profundidades de su ser una intensa rabia, producto de planes frustrados durante años. Cuando su cuerpo se hubo llenado completamente de envidia y el alcohol desató toda la rabia antes dormida, la cantina vacía comenzó a quedar y aquel hombre dio a un cuchillo el fatal uso que al marinero muerte hubo de provocar.
La luna desapareció por completo y la llegada de la muerte recibió al amanecer trayendo consigo un aire frío y nostálgico.
A unas cuantas casas cerca de la cantina, las lágrimas de un asesino arrepentido superan en cantidad e intensidad a la sangre derramada, el rostro de un marinero agonizante será por siempre su imagen compañera al cerrar los ojos.
En la última mesa de una cantina olvidada que se encuentra en un puerto al que hasta a la luna le cuesta con su blancura llegar, yace un marinero de aguas lejanas con una sonrisa en su rostro marcada y en un vaso de vino próximo al cuerpo flota glorioso un barquito de papel.