Puerta
Llegué a aquella consulta en la que únicamente quedaba un quicio libre para acomodarse y le pregunté a una cancilla con un portier muy elegante si estaba ocupado. Estaba tan nervioso por los resultados de las pruebas que no quería cometer ningún error. Estuve tanto tiempo esperando que se me durmió la jamba.
Para no empezar a cabecear, pensé en entablar una conversación con la cancilla que estaba sentada junto a mí. Pensaba que no me escucharía, ya que yo era un simple barbacana feo, con olor a vaca y con una gatera pequeña con telarañas.
Contra toda expectación la cancilla, que era muy habladora, me contó toda su vida en un momento. Averigüé que era madre soltera, de una contraventana, un falsete y un portillo. Ella se encontraba allí porque el portillo tenía la aldabilla enferma. La verdad es que se trataba de algo preocupante, la tenía toda oxidada y si se extendía al resto de la hoja se le cerrarían todas las puertas.
De repente apareció la enfermera (una cristalera muy sexy) por el engargolado y llamó a la cancilla. Se despidió de mí y le deseé mucha suerte.
Continué mi espera, solo y aburrido, lo cual me hacía estar aun más nervioso. Para distraerme empecé a observar a los demás. Había una vieja andufa a la que se le veía a la legua que se había tirado toda su vida en el río trabajando, parecía no estar bien del bastidor probablemente por la humedad. Después, una albacara que tenía el alaróz roto, a juzgar por las marcas que tenía por el cabezazo de algún buey y un escotillón, que por la vejez tenía rota la cerradura.
No me había dado cuenta de que había un escusado con la españoleta torcida en un rincón, y a su lado una pulcra puerta reglar con su rejilla bien colocada.
De repente entraron por la puerta grande dos rastrillos que hablaban de la sublime puerta a voces y me sacaron de mi observación. La enfermera vino a por mí y fui a ver al señor doctor que aparentemente no era más que un postigo pero se trataba de un gran profesional.
Entré y solo con ver su banderola supe que lo que me tenia que decir no era bueno. Las muestras que había tomado de mi batiente habían dado positivo, y que mi malestar era causado por el irreparable mal de las termitas. Tomé la puerta y salí de la sala temblando dejando la puerta de par en par. Había tratado de poner puertas al campo hasta entonces, pero ya estaba todo dicho, no había manera posible de abrir la puerta.
Salí del edificio por la puerta principal donde estaba el portero que me miró como si supiera que estaba a las puertas de la muerte. No sabía que hacer ni a quien dirigirme, comencé a deslizarme por el primer carril que encontré. Iba inmerso en mis pensamientos sin darme cuenta de la existencia de las puertas que se deslizaban a mí alrededor. Normalmente me hubiera ido fijando en si esta tiene un buen cancel o en el buen par de bisagras de la otra, pero aquel día algo había cambiado, nada de eso me importaba.
De repente un escape de agua me hizo recordar a Compuerta, la única amiga de verdad que había tenido en mi vida. Fui a su casa y casi echo las puertas abajo, necesitaba hablar con ella, que me consolara y me dijera que aún quedaba una puerta abierta, que no pasaba nada. Estuve casi media hora golpeando insistentemente a la puerta. Casi me muero de la impaciencia en la casapuerta. Pero cuando estaba apunto de irme escuché el fiador, y ahí apareció ella, con sus paneles de níquel bien limpios. Me hizo pasar y me ofreció algo de beber, lo cual agradecí porque tenía el picaporte seco, y necesitaba engrasarlo para conseguir que se moviera algo.
Después de un largo rato hablando y tras explicarle mi tormento, me dijo que si me podía contar una cosa de puertas para adentro, y le contesté que claro, que era mi mejor amiga y que podía confiar en mí. Me dijo que si llamaba a la puerta de un tal Surtida quizá me podría ayudar. Parece ser que estaba en puertas de descubrir el remedio definitivo para las termitas, pero que todavía no le dejaban hacer pruebas con puertas reales.
Esto lo supo Compuerta escuchado detrás de la puerta de su jefe, por lo que de ninguna manera le podía decir que había sido ella quien me lo había comentado, de lo contrario le enseñarían la puerta.
No es que le hubiera resultado fácil encontrar ese trabajo ya que le había tocado ir de puerta en puerta buscándolo, y ellos eran los únicos que habían decidido franquear las puertas con ella.
El caso es que Compuerta me llevó de puerta a puerta y me dejó justo enfrente de la puerta giratoria del edificio. Entré sudando barniz, por lo que el plantón me miró como diciendo a la mínima coges la puerta. Le dije a la secretaria que si podía ver al señor Surtida, y esperé hasta que me llamó. Ella me dijo que era la única puerta entreabierta que había en el pasillo, así que entré y cerré la puerta. No quería causarle mala impresión y si la dejaba entrecerrada parecería un coludo y tendría más posibilidades de que me dieran con la puerta en las narices.
Le comenté mi situación, y me preguntó como sabía yo aquello, a lo que le respondí que no se lo podía decir. Parece ser que esa contestación supuso un factor decisivo a la hora de confiar en mí. Empezó a hablarme del proyecto a puerta cerrada, por supuesto. Se trataba de una idea innovadora en la que inyectaba en la madera un líquido que atraía a las termitas por su olor, éstas lo comían y morían al instante. Lo más doloroso venía después a la hora de recuperar el tejido perdido, era a base de transplantes de puertas muertas. Si el tejido era rechazado, debían comenzar todo el proceso de nuevo hasta encontrar un tejido compatible.
Decidí someterme al tratamiento y ahora estoy en puertas de finalizarlo. No me puedo creer que unos meses atrás estuviera a las puertas de la muerte. Toda esta historia es para haceros entender que por muy hundido que estés, cuando se cierra una puerta se abre una ventana.
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