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En el jardín de mi abuela, lleno de rosas de castilla, tulipanes, crisantemos, guayabos y guanabares, soñaba contigo y con la libertad que dan los primeros pasos, perseguía mariposas multicolores que se posaban sobre las macetas de sábila y me miraban con ojos enigmáticos. Había un viejo pozo con sus paredes interiores cubiertas de limo y en él vivían un joven cangrejo rojo llegado de los altos médanos y una tortuga de río encerrada ahí por no se quien. Era el pozo más bonito del barrio y encaramado sobre el brocal me gustaba escuchar las voces que provenían del fondo, ahora se que te nombraban anunciando tiempos por venir, o quizá rememorando la dicha de vidas pasadas.
En la finca familiar un arroyo serpenteaba entre las huertas de naranjos, limoneros, mandarinas y toronjas, sus aguas cristalinas eran refugio de tortugas y renacuajos, también era el mío, cuando al caer la tarde terminábamos la faena y mi padre me permitía echarme un chapuzón para limpiar de polvo mi cuerpo y para alegrar mi alma de niño. En los cerros cercanos, el aullido de los coyotes anunciaba la pronta aparición de la luna, y en ese llanto lúgubre y triste también se anunciaba mi destino. Y ahí estabas tú, entre mi temor y el regocijo, pero Adriana era un nombre sin cuerpo y yo aun no entendía el significado de esas siete letras.
Andar semidesnudo bajo el sol del trópico y recorrer descalzo las ardientes calles de arena era un presagio de mi vocación de caminante, explorar más allá de lo permitido denotaba mi espíritu aventurero y tuve mi recompensa en el sabor de los mangos, del chalahuite y zapote domingo, de las ciruelas y los jobos, de los nanches y las uvas, de los oropíos y pomarrosas. Ahí, a la orilla del río, bajo la sombra de los grandes árboles de zapote pensaba en ti aun antes de conocerte.
Soñaba contigo en los disputados juegos de canicas en los patios de la casa de Martín o en la de Julio, al bailar el trompo en el jardín de la plaza, al hacer malabares con el yoyo, al jugar a los quemados con mis amigos, al liarme a golpes con mis enemigos, al festejar la victoria en el fútbol, al llorar la derrota en la natación.
Irme de pinta no era lo mío porque disfrutaba la escuela, pero la tarde no era para estar en un salón de clases y menos castigados, entonces una ventana se abrió y dimos el salto hacia la libertad, y corrimos, corrimos hasta llegar a la playa, una parvada de mocosos riendo de la cara que pondría el profesor al llegar al salón y darse cuenta de nuestra ausencia. Entonces la vi, caminando en sentido opuesto al mío, no recuerdo nada, sólo me miró con unos ojos bellos, intensos, y desapareció a mis espaldas, sobre la arena quedó escrito un nombre que las olas tardarían varios días en borrar: “Adriana”, pero que yo nunca he olvidado, y siguió estando conmigo al volar mis papalotes sobre las marismas, al escaparnos a los esteros a comer ostiones, al remar río arriba, al sacar a pastar a las vacas, en mi buceo matutino y vespertino para capturar jaibas, en los ligues de verano, en las noches de amor infructuosas, en mi tardía virginidad, en las lagrimas que dejan los amores adolescentes.
Entonces dejé atrás mi terruño, mi vida fantástica y salvaje, y me fui a la ciudad a empaparme de “civilidad, de cultura, de educación”. Mis tías paternas, viejas matronas de carácter malhumorado, decían que mi lugar estaba en el tutelar para menores o en el ejercito, por que sólo en esos lugares podrían quitarme lo bárbaro e irracional. Pero mi madre, sabia señora de talante dulce, me dijo: “Anda, ve a buscarla, a lograr tus sueños, pero si un día regresas aquí tendrás siempre un hogar”.
Te busqué en los libros, en esas horas y horas en la biblioteca, en las manifestaciones callejeras, en las fiestas con mis amigos, en las primeras novias, en el dolor que da el amor, en el desenfreno sexual, en el silencio del seminario.
Te busqué entre cuatro paredes y en la espesura de la selva, en las noches frías de San Cristóbal de Las Casas y en el calor del estiaje en Coxquihui. Te he buscado y soñado en los innumerables caminos y veredas, en los bosques, selvas y montañas.
Hubo un día en que quise sacarte de mi corazón, entonces comencé a refugiarme en otras mujeres, a cambiarte por noches y noches de sexo, pero esto sólo acentúo mi soledad.
Entonces, ese día de primavera te presentaste ante mí como una aparición milagrosa y comprendí de golpe el significado de tu nombre. Mi sueño ya tenía un nombre, un cuerpo, un alma y la paz volvió a mi espíritu.
He dejado de buscarte, no porque seas mía, no porque haya dejado de amarte. He dejado de buscarte porque como Dios, estás en todos lados. Basta susurrar tu nombre para sentir el perfume de tu cuerpo, la suavidad de tu piel, el sabor de tus besos. Estás tan presente que siempre serás mi futuro, la causa de mi sonrisa, la alegría de mis ojos, el deseo de mi cuerpo.
Ahora estoy bien, disfrutando el sosiego de las pequeñas cosas en las que habita la vida. Esperando que nuestros destinos vuelvan a coincidir.

Texto agregado el 25-05-2006, y leído por 210 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
08-03-2009 te sigo esperando mientras tanto sueño contigo alma10
 
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