Querido Hijo:
Buscamos en lo más profundo del alma aquellas palabras cuyo significado describan el amor que te tenemos, lo que representas para nosotros, la alegría que has traído a nuestras vidas. Más las palabras no pueden describir con claridad la dicha de tenerte a nuestro lado, el haberte visto salir al mundo en una fría mañana de invierno, tus ojos grandes, curiosos, en esa carita arrugada de los primeros días.
Estabas tan flaco y larguirucho que temíamos hacerte daño al abrazarte, pero tú te acurrucabas y en el calor de nuestros brazos y arrullado por algún sonido suave dormías placidamente, dándole toda tu confianza a unos padres primerizos.
Todavía eras un bebé cuando domaste al caballo de madera y montado en él perseguías los sueños de papá y mamá.
Contigo aprendimos el papel fundamental, pero difícil, de ser padres. La angustia y la preocupación ante la enfermedad, pero también la alegría de educar a un nuevo ser, de verlo crecer día con día. Nos enseñaste a reír contigo, a consolarte en tu llanto, a entender a nuestros padres.
Cómo describir, hijo mío, tu risa que asustaba a las palomas, el gozo de los baños de agua tibia, el berrinche por nada. Cómo no acordarme de tu mirada persiguiendo la rueda de los trailers, de tu paciencia en los largos viajes por carretera.
El mar te otorgó su protección y te vio dar los primeros gateos sobre la arena blanda, pero fue la casa de los abuelos mudo testigo de la fuga de la cuna, de la puesta en pie entre los sillones de la sala, del gusto por la tierra de las macetas, de los primeros pasos titubeantes empujando un carrito de bomberos. Ese 14 de febrero caminaste tus primeros metros con paso firme y seguro.
Con el control de tus piernas te volviste un explorador y volviste loca a tu familia. La casa se te hizo pequeña y entonces salimos a recorrer las calles tomados de la mano, a comer helado en la plaza, a jugar a las escondidas en el parque. Los aros, columpios y resbaladillas pronto fueron dominados por ti y jugaste en ellos sin temor alguno.
Después llegó la escuela y con ella las obligaciones, ya para entonces habías demostrado con creces tu inteligencia y responsabilidad.
Ahora tienes 9 años, vas en tercero de primaria, juegas fútbol, eres un buen estudiante, un buen hijo y un buen hermano. Qué más le podemos pedir a la vida. No tenemos más que agradecerte la oportunidad de habernos permitido ser tus padres.
Con todo nuestro amor
Papá y mamá
|