Mi padre murió anoche, me abandonó, pero no le guardo rencor.

Mi madre siempre le decía que estaba en las nubes y él contestaba que era el mejor sitio para vivir. Que allí arriba los golpes de las caídas duelen menos que en la tierra, que podía pasear descalzo sin mancharse los pies de barro y sus piernas no se cansaban por correr y saltar de nube en nube.

Al acostarme me contaba cuentos sobre la princesa luna y de rayos que se batían en duelos de amor por ella, haciendo tronar, en cada encuentro, sus espadas centelleantes. De los luceros del alba, los ojos de una niña que se parece a mí, y que siempre consigue escapar del ogro de la noche para que pueda despertar al sol y hacer que su risa al verme ilumine el día. De las juguetonas estrellas, de las lloronas nubes, del viento silbador.

Mi padre siempre estaba en las nubes, y que mejor sitio para estar él.

Ayer me contó que los atardeceres los pinta un joven con polvo de hielo multicolor sobre lienzos de algodón, al tiempo que se ruboriza cuando ver llegar desnuda a una joven con piel de porcelana.

Ahora acompañará al pintor, buscará una mullida nube para reposar su cansado cuerpo y le escribirá, cada noche, un cuento al sol para irse a dormir y poemas de amor a la luna.

Mi padre murió anoche y no le guardo rencor, porque cuando llueva sabré que aún me quiere y que son las gotas de llanto que derrama porque no estoy junto a él.