Sentados a la mesa en casa del Parco Olivares, él y el Turco Amir ven televisión y toman cerveza mientras afuera la tarde se lleva otro domingo soso hacia la noche, como en silencio.
—…Lo que pasa, Turco, es que la humanidad ¿eh? todita la gente del mundo no asumió que lo del hombre y la mujer es una guerra tenaz, guerra hija de puta ¡eso es lo que pasa…!
—Pará, Parco, mirá qué buena que está esa rubia tetona del comercial ¿de qué es el comercial, Parco? —el otro, a modo de respuesta, lo señala con el índice…
—Es lo que te decía, boludo, la comunicación está fallando, acá mismo y en tus narices y no me das bola… ¡pierden millones de dólares estos tipos y no se dan cuenta! Porque vos no sabés qué mierda tenés que comprar porque le estás mirando las tetas a la rubia, porque así como vos le mirás las tetas a la rubia el quía que la eligió en el casting también le miró las tetas y el dueño de la empresa, que seguro es una empresa de la gran puta, el dueño de esa empresa también le miró las tetas a la rubia y estuvo de acuerdo con que ella promocionara sus productos; y ahora el resultado es que nadie nadie nadie se entera qué mierda es lo que venden porque le están mirando las tetas a la rubia ¡y te digo más, Turco…! las minas, las que ven la propaganda, también le miran las tetas a la rubia, y le miran los ojos, y el color del pelo, y las uñas, la ropa… le miran cosas que nosotros no vemos, las minas, porque son envidiosas, son hijas de puta.
El Turco llena los vasos de cerveza, prende un cigarrillo y mira por la ventana mientras en la pantalla pasan la propaganda de una telenovela, los avances del próximo capítulo, lo que a los hombres pasa desapercibido.
—Son unos pelotudos —continúa el Parco— porque si pusieran una gorda fea y con cara de asesina serial, entonces todo el mundo prestaría atención a lo que venden; ponéle, Turco, ponéle que te venden un jabón de tocador y te meten a la gorda en la bañera llena de espuma y con los ruleros puestos, que además un primer plano muestra los bigotes ¡ésa es la manera de vender jabón de tocador, Turquito, mi viejo! porque ¿vos te creés que las minas que compran ese jabón de mierda son todas como la rubia que te muestran ellos? ¡Minga que van a tener esas gomas, ¿eh…?!
El Turco intenta sacarse la cera de las orejas con el sacacorchos mientras escucha al amigo, presta atención a los círculos que los vasos transpirados dibujan en la mesa, intenta construir una flor con ellos.
—Y te lo digo a vos que entendés, que más o menos te manejás en la calle; esto de la guerra de nervios, la verdadera y única guerra que hubo hay y habrá en el planeta… y el ejemplo cabal, Turquito, lo tenés con los japoneses, cagáte de risa…
—Che, boludo, ¿a qué hora empieza el partido? —interrumpe el Turco mientras su flor está lista, un círculo en medio de otros iguales que tocan en un punto de la curva a los demás.
—… Vos fijáte que los japoneses son como las mujeres ¿viste? con eso de los inventos o el arte… porque van los yanquis e inventan un submarino ¿viste? y esos enanitos amarillos van y hacen uno igualito pero más berreta, ¿viste? y van y se lo venden a los hindúes o a alguno de esos países de mierda ¡y la guita que hacen, los nipones! ¿y qué pasa entonces? Pasa, Turco, que los gringos se calientan y les tiran una bomba y los hacen mierda, y entonces ahora los tenés inventando autitos y lapicitos y paragüitas y relojitos y motitos y dibujando cuadritos y bailando tanguitos y todo así, ¿viste? discreto, digamos chiquitito, eso hacen los japoneses y lo venden y hacen guita… Igualito que hacen las mujeres, loco, porque vos fijáte que de los grandes inventos del hombre, las minas copian, te chupan el invento y lo hacen pedorro, berreta, tontito ¡Dicen que trabajan, ja! Trabajan con la concha, mi viejo, con las tetas y con el chamuyo y nosotros ponemos el lomo, acá ponemos el lomo, en la guerra de Malvinas ponemos el lomo, en la oficina a nosotros nos dan un boleo en el culo y a ellas se las cojen, y en la propaganda de un jabón de tocador que es una mierda se dan el lujo de que nadie compre el puto jabón porque ellas van y muestran las gomas y paga el gil, paga el gil, paga el gil ¿viste…? Entonces el hombre inventa el trabajo y la mujer dice que trabaja, el hombre inventa el automóvil y la mujer dice que maneja, el hombre inventa la música y la mujer dice que canta ¡habrase visto, Turco! si estas hijas de puta alguna buena vez se dedicaron a componer música clásica ¿eh? ¿adónde mierda una mujer compuso una sinfonía? Ah, pero no, estaban las sopranos, esas locas, a los gritos pelados… Y además se cabrean y arman una de San Quintín, ¿viste? porque ven que un negro gana guita cagando a trompadas a otro y entonces se van a quejar a las Naciones Unidas por sus derechos y enseguidita agarran los guantes y se ponen a boxear ¿viste? y yo me pregunto desde cuándo a las minas les interesa el boxeo, ¿eh…? Es que lo hacen porque son jodidas y compiten, boludo, compiten por cualquier pelotudez, compiten las mujeres…
Olivares se toma un respiro, lleva su vaso a la boca pero comprueba que está vacío, toma la botella que también lo está y va buscar otra a la heladera a pocos metros. El Turco se dispone a cambiar de tema.
—¿Te enteraste la del Iván, Parco?
—El Iván, ¡grande, Gardelito…! Un maestro; le decíamos “Gardelito” porque siempre fue un ganador, el hijueputa, por Carlitos Gardel, ¿la agarraste, no…? Porque vos fijáte que a las minas también les dio por tener perros, y el perro es amigo del hombre, amigo del hombre es el perro; y éstas, como los japoneses, van a lo chiquitito, tienen perritos chiquitos, esos cuzquitos histéricos que sirven de alimento a los gatos, ¿viste? y como ni esos bichos les dan pelota, a las mujeres, ellas les cortan el pelito, les ponen moñitos y ropita y les peinan los mofletitos… vos fijáte que un perro no es un perro cuando su dueño es mujer, te lo digo por mi ex esposa que ahora se compró un cuadrúpedo en miniatura que no se sabe qué carajo es, pero que parece que ladra finito y fuerte y en el edificio la quieren echar a la mierda los del consorcio porque dicen que el animalejo hincha las pelotas… Y a todo esto, ¿qué le pasó a Gardelito?
—¿Te acordás, Parco, que el Iván se había juntado con una mina más grande…? Creo que ahora debe andar cerca de los cincuenta, la señora del Iván, y él debe tener unos años menos que vos…
—Sí, claro, Gardelito debe tener unos cinco o seis pirulos menos que yo, debe andar ahí nomás de los cuarenta pirulos, el Ivancito que se juntó con la vieja por la guita ¡y lo bien que la hizo…!
—Hasta llegó a casarse con la veterana.
—Hasta llegó a casarse, sí, pero con eso se paró para toda la cosecha porque la mina lo puso a laburar de sus cosas pero bien tranquilito, digamos en la cosa facilonga; una tienda de ropa… no sé qué carajos tiene de negocios esa mina…
—Pero vos viste que a él siempre le gustaron las pendejas, y siempre tenía alguna para revolcarse, el Iván, porque lo que es facha y guita para la pilcha no le faltaban desde que se casó con la señora…
El Parco, como si se emocionara de antemano con lo que está por escuchar, sirve los vasos, baja el volumen del televisor luego de comprobar que el partido no empieza aún.
—Parece, Parco, que a Iván se le complicó mucho la cosa… —El Turco estira los brazos al cielorraso y endereza la espalda contra el respaldo de la silla, con gesto gravoso, como si lo que fuere a contar sería algo impresionable, luego vuelve la mirada al amigo que está atento. —…Y todo por el asunto de una mina, una borrega muy jovencita, ¿la tenés, Parco…? Pero jovencita, jovencita de enserio, ¿viste…?
—¡Pero seguro, Turquito, no te decía que el Gardelito es un capo…! carne fresca para el perro contento, ¡qué grande el Gardelito, vamos, vamos carajo…!
—No tanto, Parco, lo que pasa que con las minas no se jode, ¿viste? porque las minas a veces se las aguantan pero no son ningunas boludas, las minas…
El tono del Turco empieza a amainar, como distraído del tema, como no queriendo mirar al otro a la cara intenta cortarse las cutículas con un cuchillo de mesa; entonces Olivares parece obtener algo de protagonismo.
—Hay estereotipos, Turco, esas cosas del protocolo, ¿viste? un decir; ponéle que ves un tipo muy alto, lo primero que pensás es que podría jugar al básquet; si ves un cantante melódico o un actor de moda, te viene a la mente la cantidad de minas que se debe haber cojido; si ves un judío pensás que tiene mucha guita; si escuchás un político en un discurso pensás que es un ladrón… Y son esas cositas ínfimas, como actos reflejos, que nos van haciendo unos boludos totales, y las mujeres, entonces…
El Turco deja el cuchillo e interrumpe el monólogo, busca mientras un cigarrillo.
—Lo que pasa es que parece que Iván se enamoró de una pendeja, y ojo que a mí no me gustan los chismes pero me lo encontré al gordo Méndez en el centro, ¿lo tenés, al gordo Méndez, no?
—¡Ahí tenés, lo que te iba a decir…! Lo que me pasó cuando sin querer dejé embarazada a Beatriz, Turco, yo tenia…
—Veinte años tenías, me acuerdo porque…
—Veinte años tenía, Turco, la puta que pasa el tiempo… y pensar que a los treinta ya estaba como me ves ahora, carajo, separado y con la pija bien metidita en el orto, la pija del tiempo que es la más gruesa… decí que por lo menos la guita me alcanzó para los rebusques, ¿viste…?
—La vieja, que no es ninguna boluda, se avivó de la historieta del Iván con la pendeja; porque mirá que… ¿hace mucho que no lo ves al Iván, Parco?
—Y… unos cinco… ponéle seis años, hace rato, che, que no nos vemos.
—Claro, imagináte que si vos lo tenías junado, que vos sin verlo te imaginás que anda con pendejas, esta mina también se lo debía ver venir ¿no cierto, Parco?
—Sí, claro, un tipo elegante como él…
—Ahí está, porque la mina se las aguantaba porque sabía que lo tenía para ella, en la pieza y de la puerta para adentro lo cepillaba cuando quería, al Iván; pero ahora la cosa cambió, Parco…
—¡Pero dejá el suspenso, viejo!
—Porque un hombre en su situación se hace más pelotudo, más frágil, y vos ponéte a pensar que todo lo de la mina está a nombre de ella…
—¿Sí, y…? —Olivares se para de golpe, va al baño, el otro se pierde en la pantalla nuevamente; pasan imágenes de los goles de España, falta poco para el partido.
—…Pero si hay algo que las mujeres no tienen la culpa es cuando un hombre se enamora ¿o no?
—Hay que ver, Turco, porque son muy traicioneras, las mujeres… hay que ver…
—No, loco, nada de “hay que ver”, el Iván se enamoró de verdad, yo lo sé bien porque el jueves me lo encontré y está hasta el orto, está en el fondo del mar y es que cuando vos hacés las cosas, como sea, pero que un día y un minuto, un segundo de mierda que te hizo clic el bocho por alguna cosita como eso que decís vos del estereotipo o lo que sea… porque no es lo mismo cojerte una mina que enamorarte, que enamorarte…—separa en sílabas “enamorarte” como si fuese la palabra clave, bebe ahora un trago largo de la cerveza, el Turco.
—Ahá, entonces decís que Gardelito se enamoró, como si eso fuese algo grave, lo decís pero ¿querés que te lo diga? ¡me parece bien, che, era hora…!
—Pará, pará, pará… —interrumpe el Turco— es que se queda en pelotas, la señora le mandó un detective, le sacaron fotos, de puro pedo que no va preso porque la pendeja tiene veintitrés años, porque si hubiese tenido tres años menos estaría en gayola siendo cojido por tres o cuatro gordos peludos y con aliento a pija de cuatro días…
—Ah, la puta, me dejás frío, Turco…
Ahora es el Turco quien va a mear, Olivares queda solo frente a su vaso transpirado y el televisor que pasa las ofertas del supermercado, una mala imagen parece incomodarlo, como si la voz del amigo quedara rebotando en las neuronas. A la vuelta el otro toma de nuevo el sacacorchos, lo usa de punto de observación, como queriendo tener la vista lejos de la del compañero…
—Ahora que lo pienso, Turco, ¿cómo sería eso de andarse enamorando de una pendejita…? Un poco raro, digo… los padres de ella… — Un silencio repentino deja solo al televisor, como si los de la pantalla hubiesen empezado a los gritos, la transmisión del partido empieza y dos comentaristas alegres con auriculares hablan del inicio inminente de un cotejo importante. El Turco no puede evitar darse vuelta y posa los ojos en los papelitos que chorrean desde las tribunas colmadas, mientras tanto la verborrea del Parco arranca más seriamente.
—Pobrecita, che, la mina, ¿veintitrés años, dijiste?
—Veintitrés años…
—¿Y qué va a hacer el Iván, Turco?
—Además de al Iván me la encontré a Beatriz, Parco, ella se enteró hace poquito…
—¿Y… qué mierda tiene que ver Beatriz…?
—Se enteró de lo del Iván, ¿viste…? cosas de mujeres, ¿la agarrás, Parco…? es su hija, también… que no se anima… a contarte…
La aclaración del Turco no es necesaria o eso parece, los hombres quedan oyendo del silencio, el silencio que parece llevarse a los comentaristas a otro plano, el silencio que arrea despacio la tarde del domingo hacia la noche pastosa de fútbol y los hombres, el que se enreda en el aire para que nadie diga más nada con los labios.
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