Carioquito Morado
Compra el pasaje y escoge puesto en el expreso. No termina de acomodarse, cuando una estilizada mujer se sienta a su lado.
Un corto silencio.
--¿Estás bravo, por qué me senté a tu lado?
--No, no lo estoy.
Otro silencio. Pero esta vez Eduardo es quien decide acortarlo con una pregunta:
--¿Que perfume usas?
--¡Carioquito morado!… ¿Te fastidia?
--¡De ninguna manera!
Claro que Eduardo se reciente al perder la fragancia de su entrañable María Farina, y apenas soporta el aroma del hostigante perfume que lo invade.
--Sabes, ese perfume –sigue la mujer— en un pasado, fue muy famoso a costa de las putas de bares y prostíbulos que encontraban en su aroma un regocijo emocional. Para las modernistas que no ejercemos esa profesión, lo recupera un tal muy mentado Gabo, con la magia de sus relatos.
--Así que ¿por eso lo usas?
--Sí, y también mi hermana… mírala, allí está.
Desde su silla la hermana lo saluda efusivamente con una juvenil sonrisa, y batida de manos.
Al paso de las horas, Eduardo va habituándose al nuevo perfume que ha creado un relax ambiental. Piensa en la influencia que pudo ejercer la perfumería desde la antigüedad: Saba, Cleopatra… y párele de nombrar trepadoras famosas que conquistaron a hombres importantes con la ayuda de la perfumería? Ahora siente que el Carioquito ha sometido a sus sentidos. Y cree que las putas han sido esclavizadas por la adicción al perfume, y que hasta masoquista serán, si no, ¿cómo resistir maltratos, alcohol, droga, sexo… y ellas ahí… ahí.
Se baja del expreso, y desaparece detrás de las estilizadas jovencitas. Años después fue encontrado por su esposa en un prostíbulo, vendiéndole Carioquito morado a las putas.
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