Antes de nada debo dejar en claro que lo feo y lo bello depende más de nuestra manera de percibir las cosas de lo que lo que las cosas son en sí mismas. Lo feo y lo bello, en general, son equiparables a lo desagradable y lo agradable. Pero lo desagradable es una sensación que nos producen algunas cosas, algo que nos causa una malestar en el estómago; lo desagradable produce en nosotros un movimiento psíquico profundo que no entendemos y que no es más que una fuerza que intenta movernos al terreno de las cosas que no queremos ver, produce en nosotros un jalón al territorio de las cosas de las que no nos queremos dar cuenta. Por esta razón lo feo produce en nosotros un rechazo. Por otra parte lo bello, lo agradable, produce en nosotros un anhelo; quisiéramos quedarnos allí, frente a la belleza, y sentir que hacemos parte de su misma esfera, que pertenecemos a ese mismo círculo; buscamos identificarnos con ella. Pero, seguramente, frente a lo bello, nos damos cuenta o sentimos que somos seres incompletos, que algo nos falta, que nosotros mismo no somos capaces de otorgar esa sensación que lo bello causa en nosotros, entonces nos damos cuenta que nosotros mismos no somos bellos; entonces intentamos apropiarnos de lo bello, intentando arrebatar de lo bello aquello mismo que nos causa tal sensación y, si no podemos (y no podemos) intentamos manchar la belleza, entonces nos hacemos más feos que la fealdad.
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Aquello que nos inspira el sentimiento de la fealdad y aquello otro que nos inspira el sentimiento de lo bello vienen dados de la mano, sin embargo ambos producen en nosotros percepciones distintas, producen en nosotros movimientos psíquicos opuestos. Lo feo nos hunde al terreno de lo que no queremos ver y ese terreno es lo que existe en nosotros bajo las apariencias que día a día intentamos mantener. Por lo tanto hay una identificación que sentimos ante lo feo y que a la vez resistimos. Lo feo nos lleva a un terreno que existe en nosotros que intentamos ocultar hasta de nosotros mismos: Si no rechazamos lo feo encontraremos en él un mapa de nuestra interioridad; si somos capaces de ello, de tomarlo a pesar de nuestra sensación de repulsa encontraremos el camino, la posibilidad de conectarnos con nuestras más terribles fuerzas interiores, las cuales, por esa misma falta de contacto a veces tienen magnitudes monstruosas y, cuando surgen en nosotros sin ningún control nos convierten en seres más feos de lo que nos cabe. Lo feo es lo que somos. Lo feo se esconde en nosotros, agazapado, esperando el momento propicio para saltar hacia el exterior hasta más allá de la máscara de las apariencias.
En el fondo lo sabemos.
He dicho que lo feo es un mapa de nuestra interioridad, pero es de aquella interioridad que deseamos esconder de los demás, por lo tanto sentir identificación con lo feo nos resulta vergonzoso, sería delatarnos. Pero lo feo permanece allí; hablándonos de nosotros a nosotros…, puede haber un momento, si tenemos suerte, en el cual lo feo nos hable de sí mismo; dejamos por un momento a un lado la apariencia, su apariencia, y penetramos en su profundidad.
Nos daremos cuenta entonces, y solo entonces, que lo bello, la belleza, no es más que la sublimación que lo feo, la fealdad, nos exige.
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Lo bello, solo, alienado, separado, de lo feo, es, una fuerza que nos acepta, sin que nosotros seamos capaces de aceptarla recíprocamente. Frente a lo bello entonces necesitaremos que lo feo, la fealdad, nos toque tras nuestras espaldas con su dedo, en el hombro.
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