TaRDe

Tarde. Esa palabra que todos odiamos. La odiamos mientras otros la pronuncian, cuando nosotros mismos la pronunciamos... en fin, ya sea tarde o temprano, el caso es que siempre terminan por salir de nuestra boca sus fonemas punzantes.

Tarde. Palabra que utilizamos como muletilla, que nos sirve para todo, aunque sin percibir ni asumir que sintagma que la posea traerá consigo la desdicha a nuestra sintaxis.

Tarde me preguntaste si conocía el Mito del Eterno Arrepentimiento. Tarde me contaste que lo habías descubierto. Tarde te respondí que aún no era tarde para comenzar de nuevo.

“Tarde” fue la única palabra que logré retener de tu absurdo e interminable discurso. “Tarde” es, después de todo, la única palabra de tu boca que hasta hoy retumba en mis oídos.

“Tarde” fue lo que le dije a otro caballero, ese que juega fútbol, a quien tuve que darle la mala noticia que sería reemplazado por otro futbolista que, muy a su pesar, jugaba en el equipo que más odiaba. Tarde me di cuenta que tenían muchas cosas en común.

Tarde me di cuenta de que no leí la letra chica del contrato. Tarde me di cuenta, además, de que ya habían pasado más de 30 días. Demasiado tarde me arrepentí de no haber aceptado una extragarantía.

Tarde comprendí que siempre será tarde. Tarde descubrí que aunque crea que aún hay tiempo, siempre es inevitablemente tarde.

Nota: al señor lector, lamento informar que aunque crea que le sirvan de algo mis palabras, pronto se dará cuenta que de todas formas será tarde para usted.