Aquella silueta enmarcada por el nebuloso horizonte, cuya forma aunque indefinida por la bruma se asemejaba a la de la más perfecta diosa del Olimpo, se acercaba pausadamente hacia mí.

Paralizado por el terror de enfrentarme a aquella, mi musa, la dueña de cada uno de mis pensamientos, a la que siempre deseé pero jamás me atreví a dirigirle siquiera una palabra, sabiéndola muy lejos del alcance de un simple mortal, sentía mi corazón galopando cual purasangre en pos de la victoria.

Fui incapaz de mover un solo dedo, la respiración cesó y a cada paso de la diosa, mis gelatinosas piernas amenazaban con depositarme horizontalmente sobre el césped recién cortado.

Se encontraba a solo unos metros de mi cuando alcance a distinguir que no llevaba prenda alguna, apenas se adivinaban unos capullos rosado sobre los turgentes pechos, su diminuta cintura resaltaba los firmes y voluminosos glúteos, el cabello dorado cubría parte de su hermoso rostro, dejando ver unos entreabiertos labios carmesí.

Finalmente llegó hasta mí y pude sentir el calor de su cuerpo al momento que acercaba lentamente su boca a la mía, cuando, sin el más mínimo tacto, una voz chirriante rompió el silencio... levántate haragán que no vas a llegar al trabajo.