Kamikaze de tu cuerpo y fundamentalista de tu alma,
No le temo al dulce aroma y sabor de la cicuta,
Tampoco a las mieles de la gravedad, mi bella dama,
Me acompaña Smith and Wesson con un sexteto de sonatas.
Una Minora resbalosa en el quiebre de las manos,
Un daltonismo en el lomo de una cebra,
Un naufragio en el inodoro de la casa,
Por si acaso un Valium, si consigo la receta, si asesinó un farmaceuta.
Nada, nada importa ni siquiera la silla energizada,
El patíbulo, la horca, la guillotina o la cámara de la alborada,
La muerte no es descanso, no es una buena salida, no es buena entrada.
Nada se compara al dolor de una tortura, nada iguala,
En lo mas mínimo el roce de tu cuerpo, el olor de tu ensenada,
Tu cuerpo asesino, doliente y torturante, abstrae y sustrae,
Del roce de tus senos en mis manos de estudiante,
La vida que en segundos por minutos me quitaste, más quizá,
Si no te deleitaste, por lo menos, en el orgasmo de la muerte me dejaste.
Inconsciente, deseante y expectante.
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