A DON ALFONSO QUIJANO Y SU AMADA.



Sentado siempre a su izquierda, acompañante de sus aventuras,
Guerrero o comensal, consejero fiel, arquero de su único y pérfido castillo,
Filósofo y paño de sus lágrimas, mi buen querido y respetado mecenas,
Antes de celebrar su deceso, yo admiro hoy, la noble ordenanza de su batalla.

Quizás sea tarde si hoy le digo que pasadas cuatro centurias,
He encontrado a su señora, aunque no en el Toboso, sí, sentada en un portillo,
Esperando muy serena, un poco despeinada y con las manos en las piernas,
Fue en una tarde de verano, de aquellas de suave brisa sin molino,

Iba en compañía de rucio y acordadme entonces del valor de sus palabras,
Que fueron sabias y veraces. ¡Su doncella si existe!, es muy bella,
Han pasado cuatro centurias y hoy gracias a la creación de su doncella,

La palabra cobra vida con nombre de idioma, justo el mismo día,
En que usted de la tierra partiera, más Don Alfonso. Una pregunta,
¿Ama vuestra merced la palabra mucho mas que a su doncella?