Me ha costado un mundo decorar mi departamento ya que primeramente he debido ordenar decorosamente mis escritos para habilitar un espacio en el cual recibir a mis amigos. Debo reconocer que todos ellos son demasiado complacientes conmigo y recogen esos cuentos que he dejado a medio terminar, corrigen algunos textos que están esparcidos por doquier, ordenan mi ropero y plumerean los rincones para eliminar cualquier atisbo de polvo. Debo confesar que Hache es una gran amiga que pone cada cosa en su lugar, abre las ventanas para que ingrese al aire fresco de la mañana y entretanto tararea una que otra canción italiana con su voz de mezzosoprano (¿Estoy errado?) Esta tarde me he afanado en dejar sobre la mesita de centro los humildes regalos que les voy a entregar a mis amigos esta Nochebuena. Para Hache, un perfume suave que vaya en concordancia con su personalidad fuerte. He tomado la precaución de elegirlo por su aroma gustoso que en nada opacará a esa gran dama. Una neblina extraña que tendía a irisar el paisaje y a tornarlo en algo parecido a una pintura de Cezanne, se extendió de pronto como un manto cálido y recordé que Fatamorgana siempre se anuncia de ese modo. ¿Qué se le puede regalar a un espejismo que sea canción y poema a la vez y que se transfigure como él en opalescencias doradas que besan cada ángulo de las cosas para tornarlas diferentes? Es materia sumamente difícil regalarle algo a quien ya es un regalo por si mismo. Quizás la Cantata de Santa María entonada por la garganta melodiosa del desierto florido. Pronto aparecerá Martín Abad con su poesía intensa, mezquina en puntuación y cuya temática evoca amaneceres, rocío, plenilunio y colores asepiados. Para el conseguí un libro de poemas que ya se desarma por lo antiquísimo, pero sé que él sabrá atesorarlo. Supongo que en un punto de la velada apagaré la luz de mi departamento - no por economía ya que aquí no se paga nada y es como vivir en jauja- sino porque cuando aparezca Gus, el galardonado poeta, se presentará con su lámpara prodigiosa iluminándole ese rostro de niño entre bondadoso e intelectual que tiene. Para él, tengo un collar de luciérnagas que podrá usar cada vez que salga a recorrer las salas del hospital. Entonces los enfermitos creerán que es un ángel incandescente que viene a cautelar sus sueños y le sonreirán alucinados. Tengo entendido que Nomecreona llegará justo a la medianoche y eso no irá en desmedro de su familia y sus amigos porque este ilustre cuentero ha aprendido el milenario arte de la bilocación y estará con nosotros contándonos sus cuitas con esa voz grave que se gasta y que nos hará reír a carcajadas. Otros amigos, a los que no necesito invitar, sé que concurrirán a la sencilla convocatoria porque tendrán el pálpito que deben estar, simplemente por eso. Y aparecerá Blanquita, paradójicamente vestida de negro, Sirena Viuda, ataviada de tules transparentes (Guau) Gatelgto, con su ceño fruncido y mirándome feo porque creo que me encuentra un poco insulso, Martin2, Vato, Flucito, que eructará una de sus poesías contestatarias y que recibirá una ovación ya que para entonces estaremos un poquitos achispados. La Pachamama traerá aromas de tierra nortina y tengo para ella una melancolía araucana, auténtica (y que vale una fortuna, tanto como un recital de ocarina). Hay otros que han mantenido distancia conmigo y que son como esos típicos vecinos con los que uno se topa cotidianamente, los mira de reojo y vaya a saberse porque, nunca surge una verdadera comunicación. Cuestión de piel, decía mi abuelo, pero yo creo que es pura timidez. Dicen, por ejemplo, que Cao es un personaje encantador pero jamás nos hemos topado y presiento que para Nochebuena se producirá un agradable encuentro. Ana Cecilia es una metropoetisa que ya lleva publicados como mil cuentos, para ella tengo un teclado que se activará simplemente con sus pensamientos. Está Arihua, que antes fue Aire y que en un desdoblamiento suyo perdió su nick. Acaba de llegar a la página un señor de edad provecta que sentado en su mecedora escribe sus memorias y sus poesías picaronas, se apodó como Adiós pero parece que viene a quedarse; surca los cielos color turquesa una Gaviotapatagónica que lleva en su piquito pintado de azul una hoja plateada de laurel. Antes que esté puesta la mesa rústica de mi comedor, aparecerán en tropel muchos otros amigos y entre todos entonaremos un hermoso villancico, luego habrá brindis, música del gran Silvio y la puerta ligeramente entornada para que ingresen en puntillas todas esas creaciones bellas que aún esperan un cerebro que las ilumine…