Inmutable
Las rodillas le tocaban la barbilla, sus brazos rodeaban las piernas. La cabeza no ejecutó movimiento alguno, estaba endurecida, con los ojos rojos de ira, echando furia.
El cielo lo respaldaba. Las nubes grises, embroncadas. Las descargas de luz cayendo sobre la tierra.
Los árboles lloraban, de sus ramas se desprendían las hojas, dejando al descubierto esos flacos troncos. El viento soplaba intenso, sus ráfagas silbaban y se mezclaban con el chillido de las ventanas abiertas que se golpeaban.
Los autos en las calles circulaban despacio, en los parabrisas se estrellaban mariposas y abejas arrasadas por el viento. Crujían sus cuerpos, los rostros de los conductores se asqueaban con tan solo mirar.
Un paraguas se daba vuelta en las manos de su portador, este ahora se mojaba con las primeras gotas del chaparrón. Comenzó a correr.
Las gotas se hicieron lluvia, esta a su vez se transformó en tormenta.
La persona inmóvil seguía allí, inmóvil. Nada lo aturdía, su concentración estaba intacta. Pensante ser que ni el agua lo corría. Y se quedó hasta que todo acabó.
Hubo curiosos que quisieron ver el arco iris. La brisa calma complacía a los árboles, y un canto armonioso de cardenales gobernaba en el lugar.
Desde mi casa observaba, las ranuras de la persiana me permitían visualizar el momento. No aguantaba más. Salí a la vereda. El ser pensante, el inmóvil, seguía allí. Estampado en la pared. Languidecido. Ajeno a los problemas de la vida, con la vista siempre en el mismo punto. Estaba mojado, sin embargo su mente estaba tan vacía que ni semejante tormenta podría haberla mojado.
|