-No, ya no quedan sonrisas, éstas se fugaron, resbalaron, se diluyeron. Ahora tu rostro es una máscara yerta, el rectángulo perfecto de la obliteración, el adiós que se comienza a dibujar en los bastiones gélidos de tus comisuras. Tus manos son dos palomas asténicas que se cansaron de volar, ahora tu mirada pareciera contemplar un camposanto. Es cierto, todo termina por aburrir, la pasión es un artículo etéreo que tiene fatal fecha de vencimiento y en este caso duró menos que ese fino perfume en tu cuello, después de los besos sin sentido, más allá de los prodigios de una relación placentera, en la que sólo nos prestamos los cuerpos, sin que el alma se inmiscuyera, a sabiendas que a menudo los asideros de la pasión se costurean con vanos sueños. Tu boca se entreabre y en vez de adivinar un beso a punto de florecer para depositarse en mis labios, veo sombras insondables, veo sólo una garganta desganada que se olvidó de decir: te quiero. No, ya no quedan sonrisas.
-Presiento que tus miradas ya no buscan en mis pupilas la evidencia del deseo, ya te hastiaste de lo mismo, todo adquirió el acento de lo atrabiliario, de lo grotesco, la poesía de tus caricias ahora es una simple imposición de manos para exorcizarme de esta locura de amor y ¿quieres que te lo confiese? lo has conseguido, porque ya no queda fuego en esta hoguera, sino las cenizas de un despropósito, vasto desierto en que yacen besos muertos y rosas negras, jirones de promesas que ahora reptan en la salobre arena para fugarse al centro mismo de la vergüenza. No, ya no me miras a los ojos, esto ya no tiene sentido.
-Tus besos saben a secreta proposición, tus caricias enternecen mi alma y logran que dentro de mi ser se dibuje un pentagrama para que yo componga la más excelsa sinfonía, te bosquejas en mis pupilas nubladas por el deseo y te dibujo con mis dedos que se desplazan por tu piel con la soltura de un concertista, tus besos son la llave que entorna la puerta para que yo ingrese a tu mundo.
-Es tan grande este amor, que me siento un náufrago en medio de ese océano almibarado y no deseo ser un experto buceador, para internarme en sus profundidades sino que ansío embriagarme en esa marea dulce, promitente de besos incendiaros y caricias sedosas, quiero ser un pececillo arrastrado por las tórridas mareas de la pasión, nuestra pasión…
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