Sigo calmado, tal como me lo ordenó Porfirio Flores en sus últimas palabras dirigidas a mí. La última vez que pude ver a los doce fue ayer a las tres de la madrugada; desfilaron por la puerta de mi habitación y rodearon mi cama. Así lo hacen todas las noches desde mi llegada al reformatorio. Hay veces en que me murmuran cosas al oído. Otras, en las que simplemente me dejan recados de los dioses.
Los profesores me dicen que no debo hacerles caso. Sin embargo, ellos me ordenan cosas y hablan sobre otras que no debo repetir. Mi padre parece haberse olvidado de mi existencia. La última vez que lo vi fue en aquella puerta, la que en estos instantes parece atravesar Shi (Luna). Ghiis (Tierra) y la Pon (Piedra) solamente están. Nech (Río) y Shiac (Pez) pueden aparecer a veces en los baños. Faig (Junco) y Shache (Nido) me observan desde su propio sitio. Quechcan (Canto) está en cada melodía que escuchan mis oídos. Oog (Candela) y Jian (Sol) son sus propias luces. El Agua (Jaa) me sonríe desde la ventana. El Mar (Nii), por su parte, está leyendo estas líneas mientras las escribo.
Son mi castigo, son mi don; son mi principio, son mi final; son mi olvido, son mi recuerdo; son mi destino, son mi azar; son mi todo, son nada; son ellos. ¿Quiénes son ellos? Nadie pregunta.