La última me vigilaba, precisamente desde el suelo.
Una serie de imágenes aparecieron en mi cabeza. La primera vez que hablamos sobre los doce: “Es un secreto a voces. Así lo fue y lo será siempre, hasta el fin de todo.” Cuando me reveló sus propios secretos: “Son doce las figuras que se esconden entre las sombras.” El día en que marcó el camino en el que andaba yo ahora: “Deberás verlo con los ojos”. La vez en que me desvió de la verdad, su verdad, más grande: “Así es. Tienes que aprender a pensar. Es lo que quería que hagas. Ahora, mañana a las once. Lo sabes.” Cuando admitió ser un supuesto espía, y luego su desaparición: “Es cierto.” Y su reaparición, como el Mar que siempre fue: “… por ser el Mar en paz y en guerra a un mismo tiempo.”
-¿Te gustó la obra, Santiago Armas?
Era como si mis cuerdas vocales se hubieran evaporado de repente.
-Tal vez tengas ganas de saber la historia- embozó una sonrisa casi macabra- detrás del telón. Pero, por favor, si tu fuiste nuestro único público. Todo lo que viste era justamente lo que queríamos que vieras. ¿Por qué?- dijo mirando mis labios tiritar, en el intento de articular palabra-. No es nada personal, Armas. Somos los doce, los herederos de los Mochica, los únicos que podemos escuchar a los dioses, y tú no perteneces aquí.
Acarició con delicadeza la máscara que llevaba en las manos.
-Te vimos llegar. Era tan obvio que deseabas estar en cualquier otra parte. Por lo que decidimos darte una bienvenida- su sonrisa medio macabra se acentuó aún más- inolvidable.
El Mar, Pietro Daneri, se volvió hacia uno de los enmascarados. Éste se desprendió de la careta, dejando ver el rostro del Sol. Félix Galdós habló entonces, pero no con el toque misterioso, ni con las pocas palabras de siempre. Esta vez habló como cualquiera, como si el resplandor de su estrella se hubiera apagado:
-Necesitábamos de alguien que te haga entrar en el juego. Verás, te habíamos estudiado. Sabíamos que si te dábamos tan sólo una pieza, una sola, tratarías de encontrar el rompecabezas entero. ¿Virtud o defecto? En este caso específico: pecado- soltó una carcajada. Estuvo un momento en silencio, como buscando encontrar las palabras exactas-. El teatro siempre ha sido mi fuerte, ¿sabes? Así, que decidí ser yo quien te conceda las primeras piezas. Félix Galdós- ¡diablos! ¡cómo mi segundo nombre!- el muchacho aparentemente retrasado pero que sabe cosas, cosas muy graves al parecer. Te metí en el juego, ¿no es así? Incluso cuando supiste que era el Sol, no dejaste de creerme. Aunque esos golpes, Armas- me miró, directamente a los ojos-, me los pagas, caray.
-Luego- continuó, esta vez el Mar-, cuando el Sol había hecho su parte, era mi turno. Te mostré todo que lo que debías saber, para hacer crecer la tremenda curiosidad que sentías por nosotros. Fuiste un buen alumno, aprendiste bien. Si te hubiera dado la suficiente información, hubieras averiguado de inmediato todas nuestras identidades, incluso la mía. Pero me había dado cuenta de tu potencial, así que me limité a darte pistas- se calló-, no sé si llamarlas falsas; mejor, lejanas.
Dejó caer la máscara que había manoseado durante todo ese rato.
-Cuando te llevé a conocernos, se acercaba el final de nuestra obra. Fue fácil engañarte. Habíamos ensayado por semanas, el Pez- me miró una vez más- y yo, por supuesto. En realidad, no le tuve que pegar a nadie más. Tú ya no me veías. Sólo esperé por un momento y entré. Los gritos y quejidos fingidos- fue una carcajada duradera-, también los ensayé en la soledad de las duchas. Luego mi propia desaparición.
-Los profesores- dije. Fueron dos palabras que simplemente escaparon, dejando prisioneras a las tantas otras.
-Los profesores, ¿qué?- dijo el Mar, como desesperándose- Son unos ineptos, incapaces. Podemos jugar en sus narices. Iba, me aparecía en clases. Claro, todos te vigilábamos de cerca, para que pareciese como si no lo hiciera. Fue un juego sencillo, hasta divertido- dejó de hablar por otro rato-. Tierra.
La Tierra se despojó del disfraz y habló también.
-Sin embargo, estaba pasando mucho tiempo, y necesitábamos cerciorarnos si aún estabas metido en el juego. Entramos la Luna y yo, y, claro, el Sol- Félix Galdós sonrió levemente-. Fue rápido. Proveerte de cierta información, y comprobar que aún estabas buscando…
-A tu querido amigo- interrumpió el Mar-. Pietro Daneri. ¡Qué conmovedor!- dijo, sarcástico- Y a la vez, irónico. Tú, llorando por tu amigo. Y yo, muriendo- hizo una pausa cruel-, pero a carcajadas. Deberían bautizar a nuestra obra como la segunda “Divina Comedia”. Pero no, todavía no acaba. Espera a ver mi gran escena final.
Instintivamente, me incliné para ver recoger a la olvidada Sofía, que descansaba en la frialdad del suelo. Me acerqué, pero de pronto sentí sus labios contra los míos y, al mismo tiempo, estridentes carcajadas a mi alrededor. Fue como si aquel beso- extraño, por cierto- fuera mi propio despertar de un sueño que no estaba seguro cuando había comenzado. Miré a mi alrededor y sólo pude contar once figuras. La última me vigilaba, precisamente desde el suelo. |