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Inicio / Cuenteros Locales / guvoertodechi / Todas las muertes de Mariano Moreno (1811)

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Una fuerte sudestada alargó ocho días el cruce de la boca del Río de la Plata a la altura de Ensenada, el puerto desde donde se había embarcado el 25 de enero de 1811. La travesía por mar abierto también fue una pesadilla debido al persistente frente de vientos adversos que se abatió sobre la fragata, demorándola durante varias semanas. Estos contratiempos meteorológicos retrasaron de tal manera la navegación que, el 4 de marzo –el día en que murió Mariano Moreno- la nave se encontraba aún a muchos kilómetros al sur de la línea del Trópico de Capricornio. Es decir que, en casi cuarenta días, apenas había recorrido la quinta parte de la distancia que media entre Buenos Aires y Londres, destino final del ilustre viajero.

La fragata Fama era una embarcación de mediano porte acondicionada para transportar carga general, por lo cual no contaba con las elementales comodidades necesarias para albergar pasajeros; mucho menos, para transportar a alguien que, como Moreno, requería cuidados especiales dada su precaria salud. Tratándose de un transporte comercial, la tripulación estaba reducida a lo mínimo indispensable, no había ningún médico a bordo y tampoco disponía de un botiquín surtido de medicinas para atender emergencias.

Moreno, urgido por abandonar Buenos Aires, ni bien presentó su renuncia a la Junta Provisional de Gobierno reservó camarote en el primer buque atracado en condiciones de partir de inmediato. Para entonces, su estado de salud desmejoraba día a día debido a los disgustos y a la pesadumbre que lo habían embargado durante las semanas previas a la partida. Hombre de comportamiento hiperactivo, de carácter nervioso y sombrío, no podía soportar la inmovilidad forzosa que los viajes prolongados demandaban. En 1799, siendo un joven de apenas veinte años de edad, debió afrontar una desagradable experiencia personal cuando se trasladó a Chuquisaca para continuar los estudios de Leyes y de Teología en la universidad. En aquella ocasión, un severo ataque de reumatismo, en principio provocado por la comida, lo había postrado durante quince días obligándolo a permanecer en cama en la ciudad de Tucumán. La enfermedad estuvo a punto de hacerlo desistir de su cometido y regresar a Buenos Aires.

De dicha dolencia contraída a fines del siglo XIX, tuvo varios remezones en los años siguientes, uno de los cuales ocurrió cuando ya se encontraba radicado en aquella ciudad altoperuana. Esa vez fue tan grave el ataque que el médico que lo atendió tuvo serias dudas de que pudiera volver a levantarse. Esta afección, junto a los vestigios orgánicos -y faciales- que le dejó la viruela contraída en la niñez, conformaba un cuadro clínico signado por la debilidad física y la inestabilidad emocional. Es evidente que padecía severos problemas estomacales y hepáticos; es probable, además, que el reumatismo le haya provocado alguna lesión coronaria importante. Para colmo, Moreno sufría de insomnio, síndrome que se potenció al extremo a causa de la superlativa tensión nerviosa que le había reportado, entre mayo y diciembre de 1810, el breve pero ajetreado paso por la función pública en calidad de Secretario de la Primera Junta. Sin duda, los limitados recursos con que contaba la ciencia médica de la época eran insuficientes para diagnosticar su estado de salud.

Ahora debía cruzar el océano y la cuestión prometía ser peor: poco acostumbrado a la vida marinera, Moreno habría de padecer cual terrible tortura cada minuto que permaneció a bordo de la fragata inglesa, la cual era zarandeada de continuo por las aguas embravecidas, primero del Río de la Plata y, después, del inmenso mar Atlántico. De seguro, conservaba en su memoria el infortunio marítimo que soportó su padre quien, de joven, viajando al Perú con el fin de radicarse en Lima, había naufragado en la Patagonia austral; salvó la vida pero debió desistir de su propósito. Así fue como don Manuel Moreno Argumosa se instaló en Buenos Aires, donde se casó y tuvo catorce hijos, siendo Mariano el primogénito.


· Tanta agua para tanto fuego

Corrían las primeras semanas del año 1811 cuando Mariano Moreno, acompañado de dos secretarios, su hermano Manuel y el joven Tomás Guido, inició el viaje a Inglaterra en cumplimiento de una misión oficial. La abrupta renuncia al gobierno revolucionario fue el corolario de la disputa entablada con Cornelio Saavedra, a la sazón presidente de la Junta. Con la partida de sus aliados, Castelli y Belgrano, al interior del país en sendas misiones militares, y con la llegada a la capital de los delegados nombrados por los cabildos provinciales, la mayoría de los cuales desaprobaba la política centralista de Moreno, éste había quedado en minoría dentro del cuerpo colegiado ampliado que pasó a denominarse Junta Grande. Por ello, quien poco antes fuera el numen de la Revolución de Mayo, estando ahora derrotado prefirió dar un paso al costado antes de continuar desempeñándose en inferioridad de condiciones.

La misión a cumplir en el exterior le había sido asignada atendiendo a una solicitud personal del propio Moreno, quien deseaba tomar distancia del clima conflictivo que reinaba en Buenos Aires y que lo tenía como protagonista principal. En su carácter de secretario de Guerra, él había impulsado las decisiones más difíciles y urticantes del incipiente gobierno revolucionario: exoneración y deportación de funcionarios y religiosos leales a España, encarcelamiento de opositores hostiles, envío de tropas al interior para reprimir a quienes no reconocían a la Junta, expropiación de bienes de comerciantes peninsulares para financiar la campaña militar, fusilamiento de cabecillas conspiradores, etcétera. Estas medidas, duras pero necesarias para consolidar el nuevo estado de situación, no obstante haber sido convalidadas por la Junta en pleno, a Moreno le depararon críticas, recelos y unos cuantos enemigos nuevos debido a que se lo señalaba como directo inspirador de las mismas. A tal punto llegó la inquina que concentraba su persona, que no eran pocos los que veían en el Secretario la personificación criolla de Robespierre, el político jacobino que una década y media antes había convertido la Revolución Francesa en un baño de sangre, tronchando el proyecto de construir una sociedad nueva, fraternal, igualitaria y libre.

Si bien la comparación entre Moreno y Robespierre suena exagerada, la vida de ambos revolucionarios se asemeja en, por lo menos, un aspecto. Como señaló León Trotzky unos cien años después a propósito de su propia experiencia política: “La revolución tiene su sistema de cronología, en el cual los meses equivalen a décadas y los años a siglos”. En efecto, tanto el tristemente famoso dirigente francés como el patriota porteño, en un breve período sucumbieron aplastados por los acontecimientos desencadenados a resultas del febril acontecer del que les tocó participar. El primero cayó víctima de la maquinaria de terror de Estado que él mismo había instalado; el segundo, artífice de un expeditivo modo de gobernar, en semanas perdió los apoyos con que contaba, quedó en soledad y debió resignar el poder ejercido con inusual vehemencia durante 207 históricos días.


· Misión inconclusa y relevo entre los hermanos Moreno

Sin olvidar las motivaciones personales que impulsaron al doctor Moreno a alejarse del teatro de los sucesos, el viaje a Inglaterra –nación que ya se perfilaba como primera potencia mundial- tenía suma importancia estratégica. En efecto, el objetivo del periplo consistía en presentar cartas credenciales del gobierno criollo ante las autoridades británicas a fin de requerirles el reconocimiento diplomático y solicitar su apoyo, tanto económico como político y militar. Además, los patriotas tenían la esperanza de convencer a las autoridades inglesas de que influyeran sobre sus aliados de España para que éstos no intentaran restaurar por la vía armada el régimen colonial en América, dado el enorme costo en vidas y haciendas que tal empresa aparejaría. Paradójicamente, la incorporación de los diputados del interior del país a la Junta bonaerense, medida que Mariano Moreno desaprobó por considerar que así se diluía la ejecutividad requerida para la toma de decisiones en momentos tan cruciales, ampliaba la representatividad del órgano gubernativo otorgándole la legitimidad nacional requerida en el exterior a un cuerpo político que, hasta entonces, había sido solo local.

Sin embargo, Mariano Moreno no pudo cumplir con su misión porque falleció en alta mar varias semanas después de haberse embarcado hacia Europa. Repetidos mareos, descomposturas y convulsiones de intensidad creciente lo postraron en el lecho convertido en víctima de una agonía que duró varios días, tras revolcarse por el piso del camarote acusando tremendos dolores internos y vomitar cuanto alimento sólido o líquido que le proporcionaron hasta quedar sumergido en un coma profundo del cual no salió nunca más. Murió una madrugada en brazos de su hermano Manuel, eficiente secretario y fiel compañero personal. Su cuerpo fue arrojado al agua luego de permanecer un día entero envuelto en la bandera británica sobre la cubierta del barco. Había cumplido 31 años, 6 meses y 1 día de edad.

Manuel Moreno y Tomás Guido continuaron el viaje rumbo al destino programado. Una vez instalado en Londres, Manuel escribió un libro de memorias donde relata aspectos de la vida de Mariano, su entrega total en pos de la Revolución de Mayo y su dramático final a bordo de la fragata Fama. En los años sucesivos, acicateado quizás por la prematura desaparición de su admirado hermano, Manuel también se dedicó a la política y a la diplomacia, prestó importantes servicios a diferentes gobiernos argentinos, desempeñándose, entre otros cargos de significación, como ministro del gobernador Dorrego y embajador de Rosas en Gran Bretaña. Con anterioridad mantuvo conflictos con varios gobernantes de la época y fue deportado del país por cuestionar la política exterior del Director Supremo Pueyrredón. Además de la carrera política, estando exiliado en los Estados Unidos, obtuvo el título de médico en la Universidad de Maryland, profesión que en Buenos Aires lo llevó a presidir la Academia de Medicina. También se dedicó al periodismo donde colaboró en diferentes medios gráficos, a escribir sobre cuestiones de derecho internacional, a formar una calificada biblioteca privada y a dirigir la Biblioteca Nacional siguiendo los pasos de Mariano, su fundador.


· Del asesinato de Moreno... y de la verdad histórica

Al día de hoy, ya transcurridos 195 años desde el deceso del doctor Mariano Moreno, el libro redactado por su hermano Manuel, que fuera publicado en 1812, sigue siendo el principal testimonio disponible sobre determinados aspectos de la vida pública y privada del prócer y de las penosas circunstancias que rodearon su enfermedad y su prematura muerte en alta mar. No obstante ello, siempre hubo quienes han sostenido que Moreno no tuvo una muerte natural sino que habría sido asesinado, lo cual, de ser cierto, constituiría el primer crimen político de la historia argentina. Quienes opinan de este modo se basan en algunos indicios que abonarían la hipótesis del homicidio. Tratándose de una personalidad controvertida como fue Moreno; habiendo estado su breve gestión de gobierno rodeada de numerosas intrigas; siendo su actuación pública cuestionada por muchos coetáneos suyos; no debería sorprender que la hipótesis del homicidio haya contado con tantos adeptos. Cabe reconocer, además, que más allá de la argumentación que justifica tal postura, es evidente que en la actualidad resulta más atractivo, desde el punto de vista del negocio editorial y mediático, tratar un magnicidio en vez de un fallecimiento natural más o menos rutinario.

Pacho O´Donnel, por ejemplo, se inclina por esta posición a partir de lo que él llama “la lógica política”, curiosa teoría que consiste en señalar la existencia de sectores objetivamente interesados en la desaparición de Moreno, lo que ameritaría per se que el siniestro propósito se haya concretado. O´Donnel dice que los asesinos podrían estar entre los “hispanófilos” que detestaban los procedimientos de Moreno, en particular, las deportaciones y las expropiaciones de bienes de comerciantes peninsulares. Como la sospecha no termina de convencer, pone en la mira acusadora a los ingleses que habrían deseado su eliminación física cuando comprobaron que el doctor Moreno estaba fuera de control por fomentar “la independencia de las colonias”, planteo que perturbaba la relación amistosa de Gran Bretaña con España. En definitiva, este escritor adscribe a la idea de que a los asesinos del prócer, de existir, hay que buscarlos entre aquellos a los que el accionar político del Secretario de la Junta molestaba.

Por su parte, la escritora Silvia Miguens arriesga la opinión novelesca y romántica de que habría sido la amante de Santiago de Liniers (quien fuera fusilado por orden de Moreno) la que preparó el complot homicida, contando para ello con la complicidad de la tripulación del barco en el que viajaba la presunta víctima. Vicente Massot, siguiendo la misma línea argumental aunque más discretamente, también vota por el asesinato apoyándose en el sospechoso comportamiento del capitán, quien habría dado al enfermo un medicamento que le desencadenó la muerte.


· Pigna: “La construcción de un pasado como justificación del presente”

En la misma evidencia se apoya Felipe Pigna, autor que, rara avis entre los historiadores, goza de gran popularidad, dado que sus libros son best-sellers, sus conferencias convocan a multitudes y los programas radiales y televisivos de los que participa cuentan con rating asegurado. En su eficaz labor de difusión de temas históricos, Pigna ha conseguido concitar la atención del público masivo alrededor de las diferentes cuestiones que vinculan el siempre controvertido pasado de los argentinos con su traumático presente. En sus textos, con relación a este punto no deja lugar a dudas: para él, Mariano Moreno fue asesinado. (“Los mitos...”, pág. 311). Pigna sostiene esta opinión con argumentos de ostensible endeblez, ya que provienen de una revisión poco profunda y para nada objetiva de los datos y los testimonios con los que se cuenta en la actualidad como para emitir veredicto tan terminante. Veamos las principales “pruebas” del supuesto crimen:

“Moreno se va el 24 de enero de 1811 en la fragata Fama con la misión secreta que probablemente consistía en comprar armas, pero la propia Junta contrata [15 días después] a mister Curtis con una misión igual a la de Moreno. El contrato que firma Curtis dice lo siguiente: “Si el doctor Mariano Moreno hubiese fallecido o por algún accidente imprevisto no se hallase en Inglaterra...deberá entenderse mister Curtis con don Aniceto Padilla” O eran muy previsores [los miembros de la Junta] o algo extraño estaba sucediendo.” (Historia confidencial, pág. 46).

La interpretación que hace Pigna de este párrafo que, según él demostraría que la Junta Provisional había tramado su muerte, es doblemente equivocada. Por un lado, la misión de Moreno era diplomática y nada tenía que ver con la compra de armas. Su elevado nivel intelectual, su reconocida capacidad como abogado -reconocida, incluso, por sus adversarios- lo habilitaban para una misión plenipotenciaria de gobierno a gobierno, no para mezclarse con traficantes de armas. La Junta, al ordenarle a Curtis que en Londres se reporte a Moreno, no está haciendo otra cosa que señalarle al comerciante quien es el que la representa en Europa. Por otro lado, la cláusula contractual que agita la simplista susceptibilidad de Pigna, que prevé el eventual fallecimiento del ex secretario, no es más que una fórmula de uso habitual en una época en la cual llegar al Viejo Continente suponía efectuar una larga y riesgosa travesía, ya sea por los precarios medios de navegación disponibles como por el estado de beligerancia generalizada que reinaba en casi todas las rutas marítimas. Finalmente, resulta obvio que si hubiera existido un plan criminal, no lo habrían reflejado en un contrato.

Seguro de comprobar la existencia de una conspiración criminal en marcha, Pigna vuelve a torcer los hechos históricos al sostener que, poco antes de la partida “la propia Junta... le advierte [a Moreno] que siendo peligrosa la salida de un emisario, deja a su arbitrio hacer efectiva la misión diplomática” (Los mitos...pág. 331-2). De nuevo se equivoca: lo que la Junta advierte es que navegar en proximidades de la ciudad de Montevideo, tomada por los realistas y custodiada por la Armada Real, representaba un peligro importante para el flamante embajador y sus acompañantes. Tanto es así que se dispone que la fragata Fama sea acompañada por otros barcos hasta la salida del Río de la Plata de manera de desalentar un eventual ataque enemigo. A propósito de esto, pregunto: ¿Para qué lo cuidaban tanto si pensaban matarlo?

Otras “evidencias” del presunto homicidio son: el hecho de que su esposa haya recibido en su casa una encomienda con prendas de viuda; las declaraciones de un médico de Oruro que atribuye a un sacerdote haber afirmado que Moreno moriría, como si conociera lo que estaba tramándose; el sumario que, para investigar su muerte, abrió la Asamblea del Año XIII sin obtener resultado alguno; etcétera (“Los mitos...”, pág. 337 y ss.). Anécdotas que, en todo caso, ponen de manifiesto el clima turbulento de amenazas y complot que reinaba en aquellos días revolucionarios pero que, analizadas una a una, dejan poca “tela para cortar” como pruebas concluyentes. Algo similar puede concluirse con relación a la negativa del comandante de la fragata, cuando Moreno empeoró, a desviar el rumbo hacia algún puerto. El gran atraso que, como se dijo al principio, había acumulado la travesía puede ser la explicación razonable de dicha actitud en apariencia inhumana.

En cambio, sí merece prestarle la debida atención al relato que Manuel Moreno realiza en su Memoria referido a la conducta del capitán del barco, relato que Pigna hace propio en aras de ratificar su aserto. Me refiero al incidente ocurrido a bordo, según el cual el capitán de modo inconsulto habría suministrado al enfermo un emético (vomitivo) que precipitó el desenlace. En este punto haré algunas reflexiones que, a mi entender, desmoronan la teoría conspirativa a la cual Pigna adhiere con tanto entusiasmo.

Por una parte, suena improbable que una personalidad dominante y sagaz como era el doctor Moreno, que mantuvo la lucidez hasta poco antes de entrar en coma, haya ingerido dócilmente un compuesto provisto de modo furtivo por un desconocido. En todo caso, se podría presumir que su hermano, ignorando las causas de la dolencia que aquejaba a Mariano y en la desesperación por salvarlo, consintió en que tomara dicho remedio, quizás lo único disponible en el botiquín del barco. Tiempo después, cuando en Londres escribió el libro biográfico y, más aún cuando cursó estudios de Medicina, comprendió el error cometido y trató de desentenderse de una desafortunada decisión que, en vez de mejorar la salud del paciente, lo llevó a la tumba.

Por otra parte, Manuel Moreno vivió muchos años más después del periplo marítimo que abatió a su hermano, participando activamente de la vida política nacional. Como se ha dicho, fue periodista, diplomático, historiador y médico y tuvo la oportunidad de escribir decenas de notas, artículos y varios libros. Manuel fue un intelectual y un político de gran actuación durante diversos tramos de la historia argentina de la primera mitad del siglo XIX. En ninguno de los escritos publicados con su firma y tampoco en su correspondencia privada dijo que a Mariano Moreno lo habían asesinado. Jamás. ¿Por qué, si varios de los adversarios de su hermano también lo fueron de él, nunca denunció el acto infame que Pigna da por descontado con inquietante frivolidad? ¿Qué sentido tenía guardar silencio de por vida acerca de un suceso de semejante gravedad y que lo afectó tan de cerca?

Idéntico resultado se obtiene al repasar la carrera política que desarrolló con posterioridad Tomás Guido (1788-1866), el otro testigo presencial del fallecimiento del prócer. En efecto, el joven asistente de Moreno, luego héroe de la Independencia junto a San Martín, general de la Nación, ministro y diplomático al servicio de Viamonte, de Rosas y de Urquiza, fue un perseverante negociador en los tiempos en que América del Sud se desangraba en continuas luchas fraticidas. En aquella época, a Guido se lo ubica al frente de las tratativas más complejas, siempre en la primera fila del acontecer nacional y continental. Jamás dijo ni escribió, en público o en privado, una sola palabra que sugiriera el homicidio del ex-secretario de la Junta, su primer jefe.

A todo esto debemos agregar la constatación de que, desde 1811 hasta el día de hoy, no apareció ningún informe confidencial, ningún archivo secreto (del Foreing Office, por caso), ninguna carta u otro documento, que dé cuenta del supuesto “plan” criminal o que aporte indicios acerca de sus eventuales inspiradores y ejecutores.

En la biografía Manuel dedica tres páginas completas a relatar la agonía y la muerte de su querido pariente, además de varios párrafos previos en los cuales describe con detalle las afecciones que, desde temprana edad, aquejaban al eminente patriota de Mayo. Casi al final del libro, haciendo referencia a la digna resignación de Mariano ante su infausto destino, el autor dice: “El Dr. Moreno vio venir su muerte con la serenidad de Sócrates” (Vida y... pág. 184). Esta expresión, descontextualizada, le alcanza a Pigna para sugerir que Moreno, al igual que el filósofo griego, murió envenenado. Es más, se apodera de la frase en cuestión para titular el capítulo (Los mitos... pág. 332). No deja de resaltar, además, que el “delito” se cometió en un navío inglés, a manos de un marino también inglés que nunca volvió a Buenos Aires, dato irrelevante que, salvo la suspicacia, no agrega nada. Es decir que Felipe Pigna no es prudente con sus aseveraciones como correspondería serlo a un académico serio cuando examina información dudosa; tampoco es intelectualmente honesto al forzar una interpretación amañada según su mejor conveniencia.


· Un enfoque ideológico exculpatorio

No es tan negativo que el texto de Pigna se equivoque con la causa de la muerte de una figura prominente de la historia; lo malo es que, para el discurso ideológico sesgado que estructura toda su obra, Moreno DEBIÓ morir asesinado. En efecto, de ese modo su deceso se convierte en episodio nodal de la histórica conspiración antinacional y antipopular que denuncia Pigna en su libro más vendido. En el prólogo el autor advierte al lector que su intención es demostrar cómo es que los sudamericanos llevan centurias luchando contra “los dueños del poder”, “el sistema”, “los grupos económicos”, “los portadores de la cultura occidental”, “los poderosos de turno”, etcétera, denominaciones ambiguas de un supuesto enemigo omnipresente que define apelando a un lenguaje político con el que encuadra el pasado según parámetros propios de la realidad actual. Es decir, él hace lo contrario de lo que debería hacer un genuino historiador, que procura conocer las coordenadas de tiempo y lugar y el contexto histórico-cultural del período analizado, para no caer en esquematismos superfluos y en comparaciones extemporáneas. En definitiva, él hace lo mismo que le imputa a la “historia oficial”: construir un pasado para explicar y justificar el presente.

Con esta singular modalidad de razonamiento podría sostenerse que Moreno fue el precursor de Lenín y el Che Guevara; Saavedra, en su “perverso” rol de milico, habría sido el antecesor del general Videla; el deán Funes, el antepasado de monseñor Primatesta; mientras que “La Representación de los Hacendados”, redactada por Belgrano y Moreno en defensa del librecambio, acaba siendo, para esta cosmogonía caricaturesca, un libelo menemista. Por eso, no sorprende que este escritor diga que Cristóbal Colón era un “neoliberal”; que Lavalle concretó el primer golpe de Estado (cuando aún no existía Estado); que al ser arrojado el cuerpo de Moreno al mar, siguiendo una práctica mortuoria milenaria, se transformó en el “primer desaparecido” de la historia, en burda referencia a los crímenes de la última dictadura; que French era piquetero; que compare a Whitelocke con Galtieri y a Gervasio Posadas con De la Rúa; o que apele con demagogia a la “mano de Dios” de Maradona, cuando se refiere a la conducta de los ingleses durante las Invasiones.

Además, no es correcto el rol esclarecedor que el mismo Pigna le atribuye a su prédica ideológica, dirigida -según él- a un pueblo “anestesiado” por las privaciones económicas y por las mentiras que le enseñaron en la escuela primaria. En verdad, un siglo de presencia continuada de la corriente histórica “revisionista” en los ámbitos académicos, literarios y políticos, aún con sus severos errores, han servido para decantar “los mitos” provenientes de la versión “liberal” de Mitre, López y Levene. Por ejemplo, como ya nadie confía en la imagen aniñada y sin mácula de Moreno difundida por la historia tradicional, he ilustrado este capítulo con un retrato del personaje menos conocido pero más realista. No creo que nadie se escandalice por esto.

Tampoco es lo más grave que Felipe Pigna reduzca 400 años de historia americana a la confrontación entre ricos y pobres, poderosos y desposeídos, burgueses y proletarios, buenos y malos, “nosotros” y “los otros”, dicotomías antagónicas que hacen gala de un maniqueísmo elemental propio de las canciones de León Gieco o de las películas de Pino Solanas, pero impropio e inadecuado para un análisis historiográfico sensato.Por el contrario, sus escritos evidencian que, siendo el escritor tributario de un discurso tan dogmático y anacrónico como el de “la lucha de clases”, carece de la libertad intelectual necesaria para desentrañar, con metodología científica, los complejos procesos que conforman el multifacético pasado.

Lo que, en mi opinión, resulta más preocupante aún es que este producto literario y mediático, que a las ciencias sociales no aporta nada nuevo y que, por su parcialidad, tampoco puede llamarse de “divulgación histórica”, cuente con una acogida tan positiva de parte del público en general. En este punto, habría que evaluar -desde la Psicología y la Sociología- qué es lo que pasa por la mente de los argentinos que vienen sufriendo demasiadas décadas de inestabilidad económica e institucional y de decadencia cultural y educativa. Es probable que la idea de aferrarse a un “discurso histórico” expiatorio que, sazonado con xenofobia y resentimiento social, le eche la culpa de todo lo que nos ocurre -incluida la muerte de Moreno- a alguna maquiavélica y poderosa conjura, como plantea la saga pigneana, haga más soportable el fracaso colectivo que padece el país generación tras generación.

Sea cual fuere la causa del fenómeno, lo cierto es que mientras la historia siga siendo insumo de uso ideológico en manos de intelectuales sin escrúpulos, Mariano Moreno volverá a ser asesinado una y mil veces, si eso conviene a determinadas usinas comerciales y políticas.


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GRAGEAS HISTORIOGRÁFICAS
Hechos Extravagantes y Falacias de la Historia
Año IV – N° 33 - 34 (fascículo doble)

Elaboradas por Gustavo Ernesto Demarchi, contando con el asesoramiento literario de Graciela Ernesta Krapacher, mientras que la tarea de investigación fue desarrollada en base a la siguiente bibliografía:

· Dámaso Martínez, Carlos: “El náufrago de las sombras”; Alfaguara, 1998 (*)
· Golombek, Diego: “Cosa funesta”; Sudamericana, Bs.As., 2004 (*)
· González Arrili, B.: “Mariano Moreno”; Kapelusz, Bs.As., 1960.
· Jordan, David: “Robespierre. El primer revolucionario”; Vergara, Bs.As., 1986.
· Levene, Gustavo G., Weimberg, G. y otros: “ Hombres de la Argentina”; EUDEBA, Bs.As., 1962.
· Massot, Vicente: “La violencia política en la Argentina”; Emecé, Bs.As., 2003.
· ¿Moreno, Mariano?: “Plan Revolucionario de Operaciones”; Plus Ultra, Bs.As., 1965.
· Moreno, Manuel: “Vida y memorias de Mariano Moreno”; Lib.Histórica, Bs.As., 2001.
· O´Donnel, García Hamilton, Pigna: “Historia confidencial”; Planeta, Bs.As., 2003.
· Pássaro, Matías: “Algo habrán hecho...”; La Zona Crítica (web), 2005.
· Pergolini, M. y Pigna, F.: “Algo habrán hecho”; Canal 13 TV, Bs.As., 2005.
· Pigna, Felipe: “ Los mitos de la historia argentina”; Norma, Bs.As., 2004.
· Piscitelli, A.: “La historia argentina y el conflicto de las interpretaciones”; Filosofitis (web), 2004.
· Ribeiro, Juan Pablo: “Retrato de Mariano Moreno”; Ilustración, Lib. Histórica, 2001.
· Romero, Luis A.: “Una visión muy personal”; Diario La Nación, Bs.As., 2004.
· Soriano, Osvaldo: “Sin paraguas ni escarapelas”; www.literatura.org (web) (*)
· Wiñazki, Miguel: “Tu veneno: los enigmas de la muerte de Moreno”; Diario Clarín, 2002.
(*) Se trata de obras de ficción.
























Texto agregado el 21-05-2006, y leído por 715 visitantes. (0 votos)


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