La voz se apagó antes de nacer pero en él arde la llama del amor. En un lugar cualquiera, no importa cual, Cupido preparó el encuentro.
Dos pares de ojos se cruzaron y el ángel travieso lanzó sus flechas cargadas de rosa pasión. Fue el comienzo, el primer paso del adiós.
Alguien los presentó y desde ese instante los hilos invisibles de la vida empezaron a trenzar una historia de amor y dolor.
Él desde su forzado silencio y ella con un desafío a cuestas tejieron la trama que los unió para toda la vida.
Pasó el tiempo. Se casaron. Familiares y amigos abrían los corazones para celebrar la buena nueva, mientras el sol interior brillaba en el deseo de una eterna felicidad.
Un instante es suficiente para que la vida pinte con dolor a un corazón cargado de amor…
Por la noche terminó de leer un libro que había despertado su curiosidad. Antes de quedarse dormido, un pensamiento deambuló por su mente ” Estamos en este mundo pero no pertenecemos a el…”
Esa mañana se levantó feliz, repleto de energía. La luz del día inundaba cada rincón del alma como de la casa. Desayunó con ella. Hablaron, señas mediante, de lo que cada uno haría en el día. Él la notó distinta, como ensimismada. Preguntó qué pasaba y la respuesta, escondida detrás de un bostezo, fue vaga e imprecisa. La besó en la boca, le deseó un buen día y partió a trabajar.
Después de transitar dos cuadras dobló la esquina, tomó la calle principal y aceleró… De frente, detrás de un camión, emergió la fatalidad que cegó para siempre su vida. Ni un grito, nada…
En el rostro sus ojos denuncian la muda respuesta de un adiós y en los de ella, silenciosas lágrimas hieren mejillas sedientas de amor…



Héctor Hugo Lattuada