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Juan tiene apenas ocho años y para él la vida todavía era un juego de barrilete, de figuritas, de hazañas que sólo les son permitidas por su inocencia de infante, es el hijo menor de los Román, su padre, obrero rural, parte todas las mañanas bien temprano en busca del sol y a una nueva jornada de trabajo; su madre, la reina a la cual le brinda sus ilusiones, es ama de casa infatigable.
El matrimonio tiene dos hijos más, Luisa, la mayor y Luis, el segundo, ambos cursan la secundaria.
“Todo se termina”.


Juan llega de la escuela dichoso, en la lección de lengua le fue muy bien. Su madre y sus hermanos hojean interesados el cuaderno de clases.
_ Sí, excelente, merece un premio… ¿Por qué no festejarlo?
_ Puede ser…
Responde doña Elsira mientras prepara la comida. Con alegría festeja lo que para Juan es un triunfo. El primero de los premios es el más grande de todos, incomparable, único y necesario; el reconocimiento a través de un beso y una caricia de quién más quiere. Luego viene la promesa formal de un día de campo. El padre se encargaría de llevarlo este sábado hasta el mediodía; era su máximo galardón por el logro obtenido.
“La fatalidad también premia”.


Hay momentos en la vida que se disfrutan plenamente, con intensidad, soltura, poder de decisión, arrojo y una incesante vitalidad, Juan estaba feliz. En otras ocasiones permanecemos sumergidos en un mundo depresivo sin encontrar salida, incomunicados, impotentes, como suspendidos en el vacío, como si ya nada tuviera solución alguna. Precisamente en ese estado de “suspensión” se encontraban los Román, se veían taciturnos, impasibles a lo que sucedía –en ese momento- a su entorno.
¿Qué estaba pasando?, ¿cuáles eran las causas que justificaban tales actitudes?.. Se comentaba, siempre se comenta, que se había producido una ruptura matrimonial, no se separaban por los hijos…
¿Eran ciertos los rumores?.. Se han dicho muchas cosas, pero… Vaya uno a saber, al final, nada de lo que uno pueda suponer es verdad.
¿Qué vida llevaban los Román?, ¿cuál es el misterio que ocasionó un final así?.. Hasta el día de hoy, la luz esclarecedora no ha marcado el camino que lleve a desentrañar ese enigma que sigue en las sombras.
¡Ocho años!, y la vida golpeará duro a Juan, muy duro.
El fin de semana se prepara a venir; horas faltan para que vaya él al campo con su padre. Muy temprano se levantan y entre mate y mate doña Elsira prepara a su hijo, al mediodía estarían de vuelta, todos juntos, la familia unida… ¿Unida?..
Malos vientos empiezan a soplar para los Román, el silencio es cada vez más y más intenso, es como si la luz de la existencia se fuese extinguiendo minuto a minuto.
“Todo se derrumba”.


En el campo, la mañana se va tan rápido como cada acto que realizamos, Juan se encuentra a un paso del primer golpe que va a recibir, la pata trasera de un caballo es el brazo ejecutor, el impacto da de lleno en la cabeza del pequeño, el animal huye, Juan tendido en el suelo, inconsciente, no se da cuenta que se le está escapando la vida.
Su padre apila bolsas de cereales y no hubiese advertido lo ocurrido si no fuese por el peón que ve todo y actúa al instante tomándolo en sus brazos, gritando en pedido de auxilio; Evaristo lo oye, sale del galpón velozmente y ve a Joaquín que trae a su hijo accidentado. La vida de Juan se extingue rápidamente.
Inmediatamente lo llevan al hospital, Evaristo busca ayuda de vida, con dolor y maldiciones inútiles. El hospital, las sirenas de las ambulancias, el llanto de una madre, la desesperación de un padre, la necesidad de explicarse lo ocurrido, las radiografías, los medicamentos, los médicos, las enfermeras, las corridas…
“Principio que huele a final”.


El tiempo pasa, la vida también y los hombres de blanco se demoran…
_ (¡Ahí vienen!). Ansiosamente piensa Evaristo.
_ Doctor, lo que tiene mi hijo, ¿es grave?, ¿cómo está?, ¿se va a curar?..
Avalancha de interrogantes que en el fondo se aferran a una esperanza, a una luz de vida en medio de un cono de sombras, a un salvavidas.
_ Llevará tiempo pero su hijo saldrá adelante, hay que tener paciencia y mucho cuidado.
Efectivamente, lo que el médico les había dicho era lo correcto, llevó mucho tiempo hasta que Juan salió a flote, casi un año. Y la familia… ¿saldrá adelante?..


El segundo y terrible golpe se avecina mientras los Román retoman su ritmo habitual, su historia final. Juan volvió a su mundo de fantasías, el padre a las tareas habituales, la madre a su rutina, todo retorna a la normalidad… ¿Nadie sabe qué pasó realmente?..
Con hilos encerados la vida se trenzó con la muerte, mientras el péndulo del reloj iba y venía marcando las horas finales…
Un metro más y la soga estaria lista, preparada, la hora y el día estaban cercanos, ese sería el momento en que la dama de negro entraría en la casa de los Román.
La decisión ya está tomada. Será después del cumpleaños de Juan, el desprendimiento se percibe, el olor a tragedia y a último momento también. Esperó que todos estuviesen dormidos, sigilosamente se levantó dirigiéndose al baño, tomó la soga de hilos encerados, hecha con sus propias manos y la cruzó en un tirante del techo, sólo tiene que saltar, en segundos todo se terminaría; así ocurrió.
Juan se levantó temprano esa mañana, una sombra burlona lo espera, al abrir la hoja de madera tiene ante sus ojos lo que nunca hubiera imaginado, como el péndulo del reloj el cuerpo se bambolea de un lado para otro, alcanzó a gritar, Luisa ante la escena de final inerme, quedó paralizada, por el terror y la incomprensión. La desgracia entró en la casa de los Román, las sirenas de los patrulleros se hacen escuchar, chillan una danza de muerte, todo se derrumbó para ellos, cayendo en el desconsuelo y la aridez por lo inexplicable.
Hoy a más de veinte años de lo ocurrido, se lo ve a Juan, los domingos, recorrer el camino del cementerio hacia una fría y desolada tumba, todavía se pregunta el por qué de todo aquello y desde una fotografía su madre le sonríe, bella y silenciosa, con un inviolable secreto ¿de vida o de muerte?..



Héctor Hugo Lattuada.

Texto agregado el 21-05-2006, y leído por 247 visitantes. (0 votos)


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