TU COMUNIDAD DE CUENTOS EN INTERNET
Noticias Foro Mesa Azul

Inicio / Cuenteros Locales / djstijih / Pobre Gregorio

[C:207145]

Aquel día me desperté más temprano de lo usual. Gregorio me miraba desde el suelo moviendo su cola con un leve gesto de satisfacción, desconocía el motivo, aunque apelaba a su edad, ya no era un perro joven y sus gestos se basaban únicamente en la caída de su piel sobre sus labios inferiores mientras que algún que otro diente frenaba esa caída gestualizándolo aún más, no era un perro feliz.
Hacía días que no comíamos, pero a Gregorio no se le notaba el hambre.
Esta semana me han llamado para ofrecerme un trabajo, no quise ilusionarme como siempre lo hago, ya me había adaptado a una vida sencilla y con restricciones, no debía imaginarme algo mejor para luego caer a la realidad y extrañar algo que nunca tuve. Me presentaría. Ayer recogí el traje de la tintorería, no sé para que me necesitaran, soy viejo para enseñar, mis años de paciencia con los alumnos han pasado, y mi técnica de enseñanza ya no era muy usada.
No me habían dado explicaciones, solo llamaron, me citaron y colgaron. La cita era a unas cuantas millas que debía hacerlas caminando y con este frío. Me hice un té bien cargado y caliente para emprender viaje.
Gregorio me acompañó unas cuadras, y yo terminé solo las restantes.
Llegué, golpeé la puerta y me atendió un hombre en guardapolvo. Muy amable por cierto. Me invitó a tomar el té, que no negué. Charlamos sobre temas diversos, soy viejo y esas cosas me agradan, hablamos mucho tiempo, pero más tarde me cuestioné: ¿qué venía a hacer yo aquí?
Escuché pasos muy acelerados y tal vez algo nerviosos detrás de mí en donde había un corredor que por escuchar el eco de los pasos, parecía ser muy largo. Terminaba en una escalera. Era un ir y venir incesante, los pasos eran fuertes y los seguía con mi oído esperando dejar de escucharlos por la molestia que me causaba. Mientras pensaba en lo que me podrían llegar a ofrecer aparece otro hombre, también en guardapolvo, pero este venía con un aspecto bastante demacrado, ¿aunque de qué podía quejarme yo, si mi traje era viejo y estaba arrugado, se me notaba el cansancio de la caminata más el desvelo? No le di importancia. Me presenté a lo lejos por el hecho de que éste no se había acercado a saludar y por no quedar como un irrespetuoso, debía saludar a mis posibles superiores, pero tampoco me pararía a hacer reverencias porque mis pulmones ya no daban para mover un solo pelo más.
Admito que no me sentía muy bien y le echo la culpa al té para no hacerme cargo de mi enfermedad. Pero nunca creí haberme sentido así.
Los dos hombres se reunieron al terminar la escalera, escuché un murmullo, pero sin distinguir palabra alguna. Esperé cinco minutos mientras me adormecía escuchando el pequeño reloj del aparador, creo haberme dormido.
Escuché pasos fuertes y más acelerados que antes, pero sentí una complicación al querer despabilarme y prestar atención. Me desvanecía en sueños, cuyo contenido se mezclaba con la realidad.
A mitad del corredor uno quedó inmóvil, mientras otro se apresuró aún más acercándose a la puerta que se comunicaba con el interior de la habitación en donde yo luchaba por despertarme. Al llegar a la puerta uno de los hombres se abalanza sobre mi silla casi a los saltos.
Me desperté en un antiguo campo de girasoles cercano a casa, mis pulmones me habían dejado tranquilo por vez primera. Le eché la culpa al té. Gregorio dormía a mi lado. Era muy tarde, la luna ya se ocultaba a un costado. Llamé a Gregorio para que regresáramos, no era bueno pasear a estas horas por el barrio.
Llegamos a casa y recordé tener hambre. Gregorio en un rincón no paraba de mirarme fijo, tal vez mis movimientos eran algo bruscos por la falta de mi bastón y por algún golpe que habré recibido al caerme, pero ni estando quieto quitaba su mirada de mí.
Sentí una conexión extraña, había cierta complicidad en sus ojos. Gregorio sabía algo que yo desconocía.
Creo haberme acostado luego de aquella situación, desperté en un rincón, mientras que el perro dormía sobre mi almohada. Lo tomé como algo natural. Me sentía algo mareado, todavía no me acostumbraba a los resultados de la mala alimentación y creo que jamás me acostumbraría.
Aquella noche, salimos a pasear por el mercado, no había nada que pudiese comprar con las pequeñas moneditas que había recogido del suelo aquellos días de feria. Me resigné a disfrutar del paseo. Gregorio no estaba a mi lado. Lo busqué, llamé y he preguntado por el a algunos mercaderes pero nadie supo responder. No me preocupé mucho, sabía que el volvería.
Aquella noche, después de mi té de las nueve decidí acostarme y esperarlo regresar al día siguiente. Me desperté temprano y se encontraba durmiendo en su rincón de siempre. Contentó fui a pedir el diario al asilo de en frente.
Había desaparecido una niña en el mercado ayer por la tarde. Me reía. Gregorio también había desaparecido y a nadie le importaría que un viejo solo, triste y sin dinero se quedara sin su fiel amigo. Mientras que la familia de una niña adinerada ponía la noticia en el diario y la niña solo había salido a divertirse sin el consentimiento de su familia. Pero Gregorio ya estaba en casa, no había de que preocuparse.
En camino a devolver el diario, me quedé charlando con el conserje del asilo sobre aquel suceso de la niña desaparecida, al parecer era una desaparición importante, nadie sabía algo al respecto, nadie había visto nada extraño. Hablamos bastante tiempo y lo sé porque se me congelaban las manos de tanto frío y sentía el viento entrar por los agujeros de mi saco hasta que no aguanté, saludé y me dirigí a casa. Gregorio me esperaba en la puerta con el mismo gesto de aquella mañana de desvelo.
La casa estaba caliente, creí haber dejado el fuego de la pava encendido, pero era muy cuidadoso con esas cosas. Y así fue, el fuego estaba apagado. Cuando doy un paso más a la casa siento el suelo pegajoso, seguramente Gregorio no se había aguantado y había ensuciado dentro. Me adelanto y el calor aumenta, el suelo sigue pegajoso y se le suma un aroma particular: comida. Recordé aquel aroma a camello recién sacado de la tierra que hacía mi madre. Su aroma era algo pútrido, fuerte pero delicioso a la vez, no me gustaba, pero mi madre excusaba que mi padre había pagado fortunas para conseguir esa carne y debía comerla por respeto a él como haría toda la familia.
Algo raro había después de todo, pero otra cosa nublaba mis cuestionamientos: el sabor de aquella comida. Recordaba haberlo comido con asco, era carne oscura y dulce, no tenía buen aspecto visual. Sentía nauseas al comerlo. Pero lo hacía, solo por respeto a mi padre. Pero ahora si, dándole lugar a mis cuestionamientos, pero no a los más valederos me pregunté: ¿Por qué algo que antes me daba asco, ahora me producía cierta satisfacción?
¿Dónde estaba esa comida? Me importó poco quien la había cocinado, qué hacía en mi casa y todas esas cosas que no tengo ganas de explicar. Empecé a buscar desesperado, Gregorio siempre detrás de mí. El suelo seguía pegajoso, el olor era cada vez más fuerte y el ambiente seguía calentándose.
¡Claro! Me faltaba revisar debajo de mi cama. Lo hice. Gregorio a mi lado feliz. Su cola golpeaba con fuerza las sábanas que colgaban. Podría decir que me sentía tan feliz como él. Me había esperado para encontrar esta sorpresa. Éramos amigos.
Al borde de las náuseas, el llanto y un sentimiento extraño, silenciosamente encontré algo maravilloso, pútrido, magnánimo, delicioso, sepulcral.
Me abalancé mientras Gregorio me miraba, se lo veía más feliz que antes. Se unió y compartimos la cena, dulce como aquella vez.
Sorprendido, confuso y saciado hablé con Gregorio acerca de éste regalo. Acordamos mantener todo en secreto, no sea cosa que alguien quisiese robar nuestra comida. Los dos éramos viejos para pelear.
No salí de la casa hasta unos días después. La comida había sobrado, pero no quedaba para los dos. Le encargué a Gregorio que consiga más, que haga como pudiese, yo sería su cómplice y el solo un animal juguetón.
Lo esperé, llegó a la noche siguiente. Comí las sobras, no lo soporté. Se lo veía enojado por mi comportamiento, pero trayendo algo a casa aún mejor, me perdonó. -He conseguido condimentos- le dije para evadir mi falta. Su mirada fija me hizo jurar no volver a traicionarlo.
Así hicimos durante mucho tiempo. Caí en pánico, siendo consiente tal vez, por primera vez de nuestro secreto. La policía paseaba por los barrios, unas cuantas veces habían entrado a casa preguntando por algunas personas, sobre todo por un niñito huérfano que desapareció dejando sus vastas pertenencias desparramadas por la cuadra.
Habían desaparecido alrededor de cincuenta personas en el barrio, no había pistas ni suposiciones. Se hablaba de algo sobrenatural, algo, lo cual nadie podía ejercer control sobre él. El impacto de la falta de éstas personas era demasiado alto, teniendo en cuenta la poca gente que habitaba estas tierras infértiles y alejadas.
-Tenemos que abandonar nuestra empresa por un tiempo-, le comenté a Gregorio, quien con una mirada triste, tosió dejando salir un aire hediondo y caliente de su boca sabiendo que todo terminaba aquí, que el debería hacerme caso sin ningún pretexto, que volveríamos a nuestra antigua vida, pero con algo terrible que recordar.
Pasaron dos días, estábamos tristes y algo desesperados, pero mi desesperación se destacaba, había algo que sin ello, no podía seguir viviendo.
El tiempo no corría, se arrastraba desangrándose alrededor del reloj. Gregorio cada día estaba más decaído, supuse que sería por la falta de alimento, pero también debería estar yo así. Y eso que él comía basura y cada tanto alguna vecina le tiraba los restos de su comida, pero que nunca compartió conmigo ni creo que había pensado en compartir.
Maldito perro, cada día me miraba peor, mis sentimientos hacia él se desvanecían día a día. Mi falta de alimento me hundía otra vez en aquella depresión de la que no me sentía parte pero lo era.
El hambre y la necesidad de aquel alimento era cada vez peor, me sentí un adicto. Adicto a la muerte y la putrefacción de la carne, a sus aromas, me enamoré del sonido de mis zapatos pegotearse con la sangre del suelo. Me había maravillado con los ojos de aquel animal que en ese momento me miraba fijo y con temor. Sentí un repentino y fuerte calor, volví a sentir aquella droga correr por mis venas pero irse rápidamente. Lo maté, pero no tenía con quien compartirlo.
Su tamaño era justo mi porción. Mis pensamientos acerca de que hacer con el cuero me tenían inquieto, ¿lo usaría de frazada? ¿O tal vez lo mezclaría con el té para calmar un poco mi adicción? Creo que eso sería lo más conveniente, usarlo de frazada sería una falta de respeto hacia el pobre Gregorio que tan sabroso era.
La ingesta me entristeció bastante, pero todo lo superó mi saciedad y mi calma, que valían mucho más que un perro molesto de mirada cómplice, con labios caídos frenados por unos dientes y encima torcidos.
Me encerré en casa y juré no salir jamás.
Sé que los vecinos se han quejado por el olor a cadáver que despedía mi casa, creyeron que había muerto. Ojala hubiese sido así.
La policía abrió la puerta y me encontró en aquel rincón donde solía dormir Gregorio. Me llevaron a la comisaría. Estuve varios días, de los que desconozco el número, pero sé que fueron varios por mi fuerte deseo de comer aquella comida, ninguna otra.
Descubrieron mis asuntos con Gregorio, me enteré. No sé que pasaría, pero si sé que al menos no me darían más arroz pasado con pan, sino que conseguirían alguna dulce y macerada carne para ofrecerme, sabiendo que soy un pobre viejo que perdió a su mejor amigo.
Me desperté en un cuarto oscuro y húmedo en donde ahora me encuentro. Lo extraño, pobre Gregorio, tan sabroso parecía…y lo era. Me gustaría tenerlo aquí conmigo. Juro que no volvería a comerlo. Perdóname Gregorio.
No sé donde estoy ni porque, todavía no han traído mi plato de comida. Talvez la oscuridad de la habitación me impida verla, pero mi olfato no fallaría, lo he dominado muy bien últimamente.
No oigo ruidos, ni pasos, ni nadie me ofrece trabajo ni té. Pasaron años para mi y todavía nadie quiere comerme, ni el pobre de Gregorio que ni quiere mirarme.
Tengo hambre y la esperanza de que alguien me alimente del otro lado de la pared.
Mi cabeza sangra, estoy mareado. Alguien abre la puerta, hay mucho ruido del otro lado. Vuelvo a sentir aquel aroma a camello, la felicidad entra por mi nariz y recorre mis ojos, entra por mis venas.
Me comeré otra vez a Gregorio.

Texto agregado el 20-05-2006, y leído por 115 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
17-06-2008 Pero pobre Gregorio!!! No se por qué pero me gustaría que comentaras mi cuento tengo ese publicado nomas... "No hay mas café en la juguera se llama" Saludos djstijh! ximenitaguglielmini
 
Para escribir comentarios debes ingresar a la Comunidad: Login


[ Privacidad | Términos y Condiciones | Reglamento | Contacto | Equipo | Preguntas Frecuentes | Haz tu aporte! ]