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XENON, EMPERADOR

Xenón penetró en su salón dorado con paso vacilante, cansino. Sus ojos buscaban un trono cuya forma no alcanzaba a distinguir entre la abigarrada decoración del salón. Los signos de la senectud empezaban a aflorar de nuevo, estaba desahuciado y no le complacía saberlo. Su fallecimiento se aproximaba, lo presentía, casi temía que ocurriese de repente. Su mente no podía deshacerse de ese tenaz aferramiento a la vida, inherente a todos los mortales puestos en el trance de morir. Sin embargo, en buena lógica, su pensamiento era incongruente con su dignidad imperial ya que sabía que su reinado era prestado. Pero había renacido tantas veces que en su mente se agitaba un barrunto de identidad que vinculaba débilmente su memoria de todas las réplicas precedentes. El Xenón actual era un clon obsoleto, cuya vitalidad estaba menguando ,como debía ser, para dar paso a una nueva copia genética, otro Xenón remozado y vigoroso que había esperado tres lustros para ocupar el trono tal como lo habían hecho varias generaciones de clones durante el milenio que había transcurrido bajo el imperio de Xenón.
Desde su primera muerte Xenón acarreaba el recuerdo de una gran melancolía. Con él había fenecido una época que ayudó a construir. ¿ Qué habría sido del país si Xenón, y sus adictos, no hubieran terminado con el caos democrático? Xenón había vislumbrado una senda feliz que trascendía las limitaciones a que estaba sujeto un presidente encumbrado al poder gracias a la publicidad persuasiva.. ¡ Elecciones!, Ese procedimiento azaroso y cuasi deportivo no garantizaba que el candidato idóneo fuera el elegido. La tortuosa política de las alianzas y contralianzas producían verdaderos abortos que su sensibilidad cívica no podía tolerar. La horrorosa corrupción que había engendrado aquel régimen le indujo a derrocarlo sustituyéndolo por esta monarquía sempiterna que su ciencia le había sugerido. Al principio Xenón tuvo que condescender con la oposición interna, todavía devota de las formas republicanas, pero pronto advirtió que sólo su vocación para el caudillaje podía encaminarse mejor bajo un sistema imperial estructurado mesiánicamente.
Según esta doctrina el emperador concentraba todo el poder real sin confiar en las veleidades de un parlamento conflictuado. El papel de los mandos tradicionales, léase ejército y policía, quedaba reducido a mantener la disciplina interna, y evitar las conspiraciones. Por otro lado la burocracia civil fue condicionada con una sutil mixtura de ciencia, ética y religión. Al clásico juramento de lealtad se le unió una insistente prédica sobre la infalibilidad de los juicios del emperador, dotado, según los catecismos de uno de los atributos inherentes a la divinidad: la inmortalidad. Una vez instruido en esta fe cualquier funcionario de cierta jerarquía tenía que someterse a una operación que haría su mente accesible a la interfaz maestra que el emperador portaba en su corteza cerebral. Este artefacto permitía una comunicación casi telepática entre Xenón y sus súbditos más allegados. Así no existían incógnitas para el emperador, y todas las memorias importantes del país estaban a su disposición cuando deseara consultarlas. Y si era necesario cualquier terror subyacente podía ser despertado cuando se advirtieran signos de rebeldía en el súbdito implantado.
Esta estrategia era casi perfecta, y podía considerarse feliz por haberla ideado, sin embargo la clave de su poder encerraba una paradoja. Sobre la que siempre había cavilado. Después de cada fallecimiento, el receptáculo de su alma, la interfaz, tenía que ser removida de su cadáver anterior para dotar al nuevo duplicado del poder que le investía como Xenón, emperador. Durante el interregno que existía entre ambas operaciones los conspiradores podrían actuar. Pero ¿acaso mil años de tiranía no habían domesticado a las masas? Era descabellado suponer que alguien se opusiera a la reiteración de su poder, no cabía en la imaginación de nadie la idea de un país sin la presencia del emperador
Xenón mismo confiaba en la obsecuencia de los cirujanos que realizarían la operación, empero esta confianza era un residuo de un hábito de gobernar que estaba desapareciendo junto con todas las cosas de este mundo que ahora fluía hacia la quietud del sueño. En su carne sentía una blanda inercia que le arrebataba el vigor de la vida. Ahora su visión aparecía cribada por vastos agujeros que obstruían la percepción de los objetos que lo rodeaban. La imagen integra se estaba trasmutando en un vacío oscuro que se alimentaba de la memoria que lo estaba dejando. El rigor mortis lo estaba convirtiendo en una estatua pétrea, sin pulso. La muerte estaba ocurriendo demasiado pronto, justo cuando la nostalgia le llevó a buscar su trono por última vez .Ahora invadido por la inconsciencia, dejo de percibir la realidad., y no supo más del mundo que había erigido a su alrededor
Xenón había fenecido, era un cuerpo deshabitado, sentado en un trono áureo que era el único vestigio de su persona y su rango. Su muerte había ocurrido de manera tan fortuita y solitaria que ninguno de los lacayos que lo orbitaban lo supo. Nadie había advertido el intenso pulsar de la interfaz del emperador. , Estaba claro que la decodificación de la señal había sido interceptada por los conspiradores. Ellos también sabían del secreto terror que atribulaba al emperador, y se habían decidido a proceder destruyendo el último vínculo de comunicación que existía entre los súbditos y su patriarcal amo. Xenón, era ahora, un cadáver mas esperando su diferida inhumación

RUBEN MESIAS CORNEJO

Texto agregado el 22-12-2003, y leído por 254 visitantes. (1 voto)


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31-05-2004 i like it. ma1u
 
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