Erase una vez un rayo de luna de se dedicaba desde la oscuridad e inmensidad de la noche a iluminar todos los tejados de las casas de una gran ciudad. Y mientras este proseguia con su costosa tarea de llenar de luz todas las azoteas descubrio en una de ellas una jovencita que lloraba sin cesar.
Se acercó mas para observarla de cerca y la muchacha subio la mirada llorosa como si quisiera broncear sus pupilas con el brillo de la luna, miró las estrellas y salió de la terraza entrando en el salón donde el calor apaciguó un poco su llanto. Al cerrar la puerta de cristal entre las cortinas dedicó una triste sonrisa a esa luna compañera de soledad, y el rayo de luna al verla se enamoró de sus labios al formarla... Éste se poso en la barandilla de la terraza que era de metal y hacía de espejo, reflejando su luz hacia el ventanal donde tranquilamente se asentó a admirar a su amada.
La chica era muy guapa sin duda, cualquier ser, humano o no, sería capaz de enamorarse de esa inocente sonrisa, del brillo de sus rizos dorados cayendo sobre su dulce cara o del estupor rojo de sus mejillas encendidas y empapadas por esas lagrimas cristalinas que se escurrian de sus ojos verdes; realmente era preciosa.
Y así fué como el rayo de luna se quedó prendado de esa muchacha, de su belleza y de cada una de las lagrimas cargadas de ilusión que ella derramaba... Cualquier ser se hubiera enamorado de ella, cualquiera menos el chico que ella amaba. Entonces el rayo de luna, que pecaba de exceso de bondad, con todo el pesar de su corazón habló con una estrella fugaz que era muy sabia en los asuntos del deseo y la pasión y le pidió un pequeño favor de amor.
Pasó una semana en que cada noche el rayo de luna visitaba el ventanal de su amada, viendo como lloraba pero sin poder hacer nada... Hasta que la septima noche la estrella fugaz pudio cumplir su misión; esta se introdujo por la ventana del muchacho y llenó su corazón de esa chispa de pasión que faltaba ya que el deseo hacia ella ya estaba asentada muy dentro.
Pasaron los dias y como siempre el rayo iba hasta la ventana de su adorada niña al caer la noche tras el atardecer y desde su silenciosa barandilla la contemplaba. Ella ya no lloraba, tenia una luz especial en esos ojos verdes y su sonrisa ya no se perdia en la oscuridad de la noche como otras veces. Ella estuvo así una semana, el rayo sabía porque y a quien escribía aquellos costosos poemas de amor, se temía lo peor pero aún así era feliz porque él estaba enamorado de la sonrisa de ella que ahora estaba llena de ilusión, la miraba y la veía tan llena de alegría que podia notar palpitar su corazón en el fondo de su pecho y su belleza iluminaba el aquel cálido salón más que la luz inmensade la luna. El rayo de luna estaba dolido por una parte pero la miraba y le merecia la pena porque sabá que había hecho lo correcto y es que cuando amas no quieres ver sufrir a ala persona que amas aunque eso suponga tu propio sufrimiento. Pasaron los meses y llegó el día que ya se esperaba, él hizo lo que todas las noches desde esa primera en la que se enamoró, se acercó y vió a su amada niña besando a su amor. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo y una lagrima quiso derramar, los observó como entraban en el salón y se fundian en un beso aún más pasional. El rayo de luna se giró y vió a la estrella fugaz que comentó:
- Se les ve felices ¿verdad?
- Si, tan felices como yo - dijo el pobre rayo de luna con lagrimas en los ojos pero con una enorme sonrisa inocente, tan inocente como el amor que sentía por ella...
Y allí se quedó en silencio, en silencio como amó y sufrió, se asentó desde su nube para iluminar la azotea de su amada, para iluminar su feliz noche.
Monica Martinez
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