La casa heredada
En 1993 cuando falleció mi abuela, meses después de la muerte de mi abuelo, la familia hizo una división de bienes entre los que se encontraban: varios terrenos, una parcela grande de campo en Córdoba , dos departamentos y una casona antigua donde vivió ella en sus últimos años de vida.
Después de varias reuniones entre los hijos, o sea mi madre y mis tíos, se resolvió que la casona iba a quedar, como parte de la herencia, a mi madre. Yo estaba fascinado con la idea.
Cuando mi abuela vivía allí, yo la iba a visitar. Pero como ella era de un carácter gruñón ,y ya estaba algo senil, no me dejaba ir más allá de la sala principal y el baño. En ese entonces yo tenia catorce años.
Un día, después de la conmoción que dejó la muerte de mi abuela, le pedí las llaves a mi madre, tome coraje y me dirigí hacia la casa.
La casa era una mansión más que un casa, grande y espaciosa. Adornada a lo siglo XIX. En lugar de tener pasillos uno tenia que, (para dirigirse a algún lugar distante) atravesar varias salas con sillones y cuadros antiguos. Estaba formada por una planta baja y tres pisos, además del sótano que era grande y alto. La escaleras (dos) eran de estilo barroco, de madera, y crujía cuando uno las utilizaba, y cuando era de noche.
Detrás de la casa había un terreno muy largo y ancho con árboles de todo tipo, una hermosa fuente con peces y una cascada. Aunque los últimos años estos habían muerto porque ya nadie los alimentaba.
En el garage, mi abuelo había dejado bajo el polvo un Buick de 1926, que lo tenia desde nuevo y casi no lo usaba. Era una “joya” que ahora valdría mucho dinero, sino fuera por mi tío político, que con el consentimiento de mi tía, en cuanto lo vió, se dio cuenta del negocio que podía hacer vendiendo el auto en Norteamérica, donde se cotizaba muy bien.
Mi visita a la mansión fue al atardecer, y fue interesante. Lo primero que hice fue abrir el portón de hierro de la entrada de vehículos, no tuve problemas con la cerradura y seguí por un caminito de polvo de ladrillo hasta la puerta principal de la casona, allí pude ver que la puerta estaba abierta, eso me sorprendió bastante (confieso que estaba asustado). Aspire hondo y entré. En la penumbra busque el interruptor de la luz, lo presione y las luces no se encendieron, al parecer no había electricidad. Por suerte llevaba conmigo una linterna.
En la primera sala pude ver unos sillones añejos de tela y una hermosa biblioteca con libros viejos pero en buen estado. Había ejemplares de Mark Twain y Walter Scott entre otros. Tome algunos y me los guarde en la mochila. Luego me dirigí a una de las escaleras que estaba en un rincón. Al lado de esta había una ventana en la cual ya se podía ver la luna en lo alto, entre las estrellas. Subí la escalera, y me encontré frente a un espejo que me hizo sobresaltar, ahí se veía mi imagen, pero me costo darme cuenta, de que se trataba solo de eso.
Debo decir que a mí ya me temblaban las piernas, así que me senté contra la pared y trate de tranquilizarme, estaba sudando mucho. A mi costado había un gran ventanal que daba al terreno. Este estaba iluminado por la luz de la luna, eso hizo que me quedara contemplándolo. Se escuchaban ruidos extraños, quizá fueran solo gatos, o cuervos.
Mientras estaba mirando, como hasta ahora, sentí un ruido detrás de mí, y me pareció ver que una sombra se reflejó, como al pasar, en el vidrio. Me di vuelta al momento pero no vi nada. Mi corazón latía fuertemente. No sabia que hacer, me quede paralizado.
Decidí bajar rápido la escalera y salir de la casa. Así lo hice. Una vez en la calle recupere la calma y desistí con mi aventura hasta el otro día. Me dirigí a mi casa con mis padres y mi hermana pequeña.
Mi madre estaba algo preocupada por mi tardanza. No le dije la verdad acerca de donde había estado. Ya que tenia terminantemente prohibido acercarme a la mansión. Cené, me di un baño y me fuí a la cama. Esa noche me quede pensando hasta tarde, tratando de discernir que era lo que había pasado detrás de mí mientras yo miraba por la ventana. Al final me dormí profundamente y tuve un sueño tranquilo.
Al día siguiente me levante y fui a la escuela como todos los días. Llegué tarde y me senté al lado de Juan, uno de mis amigos. No pude con mi ansiedad y decidí contarle mi aventura en la casona. Juan se ofreció a acompañarme y yo acepte con gusto. Ir acompañado me daba más animo y coraje.
Así es que desde el colegio nos fuimos derecho a la mansión. Antes
juntamos algunas cosas, pensando que nos podrían servir. Entre ellas, había dos linternas, dos viandas, un bate de béisbol, cerillas y una navaja. Nos paramos frente a la puerta principal, quisimos abrirla de un empujón, pero nos encontramos con que estaba cerrada desde adentro. Se me puso blanca la cara, era evidente que algo o alguien estaba adentro de la casa y que la sombra seguramente no había sido imaginación mía.
Rodeamos la casa por fuera para ver si veíamos movimiento en el interior. No vimos ninguna señal de que alguien estuviera ahí dentro, sea un linyera o lo que fuera.
Vimos en la parte de la casona, que daba al terreno, una ventanita pequeña por la cual cabíamos perfectamente. Estaba abierta. Nos introdujimos por ella al interior. Allí nos encontramos en lo que parecía ser una habitación de huéspedes. Estaba sucia. En ella había dos camas, un placard de madera y un gran cuadro de alguna batalla de la independencia. Ni bien entramos Juan saco el bate y yo la navaja, pensamos que de haber alguien allí nos serviría para defendernos. Abrimos la puerta de la habitación que esta tornada y sin cerrar. Nos encontramos en una sala muy amplia, donde habían cuadros, sillas, dos mesas, lámparas que colgaban del techo y un biombo adornado con pinturas. Nos movíamos sigilosamente, tratando de hacer el menor ruido posible. En un momento una rata salió desde un rincón y atravesó la sala. Nos asustamos un poco. Después encendimos unas velas con las cerillas que traíamos y escuchamos atentos si algo se movía en los pisos de arriba. Por el momento no escuchamos nada. Nos sentamos en la mesa, sacamos las viandas y nos alimentamos. Juan había traído un par sandwiches, que hacia su abuela y yo empanadas y bebida que robe de la alacena de casa.
Después entramos en confianza, al menos con esa parte de la casa. Pero sabíamos que teníamos que estar atentos al menor ruido. Deliberábamos acerca de qué podíamos hacer para tomar el control del resto de la casa. A Juan se le ocurrió lo siguiente, dijo:
- Deberíamos ser más, así podríamos defendernos mejor en caso de que lo necesitemos.
Entonces ese día salimos de la mansión y acordamos en vernos al día siguiente en la escuela. Allí “reclutaríamos” mas gente para investigar el resto de la casa.
Ya en la escuela contamos a varios de nuestros compañeros sobre la casa y lo que pensábamos hacer. Así es que ese día cinco de nosotros nos dirigimos al lugar. Entramos, cada uno estaba armado con algún objeto. Subimos la escalera despacio. Llegamos al primer piso y nada. Ninguna señal de vida. Recorrimos los dormitorios y salas y no encontramos a nadie. Cuando nos disponíamos a subir al segundo piso se oyó una voz débil y tranquila. Al principio nos sobresaltó. Después Juan dijo:
- ¿Quien anda por ahí?
- Soy un pobre viejo que no desea hacer mal a nadie-se escuchó la misma voz.
- ¡Baje despacio y muéstrese!-le dije yo.
Se empezaron a escuchar los pasos del viejo en la escalera. Su vestimenta era andrajosa, sus pelos totalmente blancos y su cara arrugada. Pero también tenia aspecto de sabio, de honorable.
Cuando ya estaba cerca nuestro, le recordé que la casa no era suya sino de mi familia. El viejo nos explico que ya lo sabia, pero que el invierno era muy crudo y que él no había tenido otra opción que entrar a la casona para resguardarse del frío y no morir congelado.
Fuimos hablando, él nos contó muchas cosas sobre su vida, sus viajes, sus experiencias, sus aventuras, y sobre cómo había llegado a la situación actual de marginalidad, soledad y pobreza en la que se encontraba. Nos contó de sus años como gerente de una importante empresa, como padre de familia. Y cómo todo se había ido al diablo.
Después de ese día volvimos muchos otros para charlar con el viejo. Hasta que un día José, que así se llamaba falleció.
FIN
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