Así fue como no paré de escribir, algo en esas tres páginas de 57 fotos diseñadas y arregladas me dieron algo que nunca tuve antes. La Máxima Inspiracíon.

El pie de foto de cada una de ellas decía en sí misma algo que denotaba y connotaba a la vez estractos de vida pasada presente y futura al mismo tiempo. Algo en el espacio dejo de ser aire y comencé a ahogarme con aquel producto visual con el que se llenaban mis ojos.

Sin pensarlo dos veces, ni si quiera una vez, tomé el lápiz y me lo incerté dentro de la sien. Fui tan certero que ni sangre salió de mi cabeza. El tintero estaba donde tenía que estar.

No despegué mi visión de aquellas imágenes que dotaban de ciencia y acción a mi aparato creativo. Retiré el lápiz y me digné a sacar por 3 segundos la vista de ellas. Tomé el cuaderno y comencé.

Ni si quiera de la música que me acompañaba me acordé.

Esa creatividad y belleza que acompañaban a las imágenes era inigualable. Deje de amar, querer, respirar, tragar, hablar, pero nunca de escribir y mirar.

Di gracias de no haber sido ciego en totalidad y de no haber perdido nunca mis manos, por que sabía sería difícil empezar a escribir con la boca.

Oí una voz a lo lejos y desenfoqué solamente un ojo; la vi.

Desperté con un terrible dolor de cabeza, lápiz en mano, cuaderno al pecho y ella a mi costado.

Me levanté rápido y lavé mi cara, estaba exausto. Encendí el ordenador y mi reflejo decía mucho. Navegué y me encontré sumido otra vez en ese arte gráfico visual. Pero ya nada se podía hacer.

Lo último que alcancé a escuchar fue: Escribe... Y Ahora!

Era feliz, junto con ella y haciendo lo que tenía que hacer. Me obligaran o no... Escribía.