Tú siempre y cuando quieras puedes ser Esmeralda, sutil representación de tus aptitudes, en cambio yo estoy obligado a ser Marco, de donde no podré escapar pues, aunque Stanislavki dijera lo contrario, el personaje simplifica mis desdichas, mis fobias y mis fibias; o quizás por miedo a la mala interpretación en comparación con tu sutileza corporal, le he dado características que tanto me pertenecen y no corresponden al desdichado.
Detrás de bambalinas te acercaste a ayudarme con el traje y dijiste listo, y como el desliz del agua, tu respiración me empañó los labios y, casi logrando que nuestras narices se rozaran, dijiste “Marco esta tan bonito, como vos en la informalidad”, con una dulzura tan lasciva como a Esmeralda le correspondería; tan vil y tan deseada, tan tierna y lúdica como la destreza de tu andar en el escenario. Segundos antes de una entrada a escena te tornas tan representalmente insoportable, que mi estado de animo depende del personaje que caracterices; por que hoy eres Esmeralda, pero el mes pasado fuiste Ofelia, y así como tanto odio los antagónicos personajes de Shakespeare, tu demencia suicida fue el colmo de los colmos para mi paciencia (cosa que descubrí en el preciso instante en que te acercaste a preguntarme que me estaba sucediendo).
Es tan difícil para mi odiarte cuando se cuánto te amo detrás de bambalinas; una caída del telón y la constante mirada despectiva que dirijo hacia ti, pasa a ser perfume de mariposas, el mismo vaivén de tu vestido dentro del lago en que desnuda te bañas. Y tu también sabes cómo mi mirada sufre esa metamorfosis que amas, según dices cada vez que te acercas, me acaricias el lóbulo de la oreja y dices “hermoso, estuviste hermoso”, repitiendo la sensual palabra de tus sensuales labios sin faltar nunca a la regla.
Una vez confesaste que sueles enamorarte de aquellos personajes que tanto te odian en escenario, de aquellos que logran erizarte los cabellos de la nuca, de esos que te hacen creer que realmente te asesinaran sobre tablones; pero mi personaje no quiere matarte, él detrás de sus actos y acciones quiere amarte de principio a fin de la obra, lo sé porque ese soy yo, el que te odia por ser tan buena actriz y te ama por ser Esmeralda; pero si así lo prefieres, entonces lograré que me ames luego de hacerte creer que Marco te mutilaría tanto como yo te haría el amor.
En medio del Acto IV una bofeteada de tus tersas manos, que no estaba indicada en el guión, me hizo saber cuanto despreciabas a Marco, y cuanto llegarás a amarme. Retirados ambos una vez de escena, acariciaste el volcán que creaste del golpe, me susurraste “pobrecito” al oído y con la delicadeza de tus pestañas besaste mis labios mientras mirabas fijamente mis ojos y, con igual sensatez, te dirigiste al camerino a cambiar tu vestido para el VI Acto. Aunque debía permanecer con el mismo traje, hubiese preferido ir y quitarme la piel, guardarla en un santo cofre y conservarla por el resto de mis días, pues ya había llegado el punto en que toda, y cada poro de su superficie, se estremecería de sueños.
La obra había terminado siendo un éxito, el público ovacionó tu destreza, y mi incontrolable odio; pero aún así, luego de volver a nuestros personajes, a nuestros vestuarios y a nuestros nosotros, seguía amando tu curva silueta, tu mirada de topacio y, mas aun, tus labios de esmeralda.
El festejo de la ultima función fue hermoso, todos en sus propios nosotros, y nosotros fuera del odio y el rencor, dentro de tu suave besar e inamovible mirada en el resto de la noche. Afuera la ciudad merodeaba en frío y pasión; es hora de irse y me enviaste a la puerta del café con solo un parpadear; hace frío, arrímate, y me tomaste la mano dentro del bolsillo de mi camperón. Y mientras helados nos enlazábamos en futuro calor, llamamos el taxi mas cercano; clavaste tus ojos en mis labios mientras No vuelvas a ser Ofelia, por favor.